Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
Ese último chispazo de la hoguera del verano
Flotando en el silencio del bosque.
Miremos la luz de la luciérnaga:
A ella se ha reducido el mundo.
Domingo a domingo, Jorge Teillier.
El mundo es como un frágil aleteo de luciérnaga
Nos deleita mientras brilla, pero al apagarse nos deprime
Vivimos en un mundo enajenado, donde la esperanza se agota
De él sólo quedan las cenizas de apasionados fuegos de antaño
Ya no renace como el ave fénix, aquella utopía se ha transfigurado.
El fénix se ha transfigurado en un cuervo de melancólicos ojos
Que a ratos se transforma en un murciélago vampiresco
Que te devora hasta las entrañas si tú se le opones
Valiéndose de las arpías que cortan nuestros hilos de plata.
Nuestros cuerpos se desvanecen en una palidez exorbitante
Nuestros labios que disfrutaron los placeres mundanos
Se extinguen parsimoniosamente entre la niebla de un páramo desolado
OH! Pérfida ramera,
Deliras sentimientos de gozo tras ver los rostros de quienes te amaron.
Descargas tu fuerza brutal en el destino perecedero de la raza humana
Nos impugnas el pecado mortal
Señalándonos una y otra vez,
En las sucesivas suciedades de nuestras sociedades
Que la llave maestra que conduce el mundo es el amor.
Nos hemos olvidado de ella,
Cuando creemos conseguirla, se deshace inefable en recuerdos e ilusiones
Al fin y al cabo
Nuestra última esperanza yace en el aleteo de una luciérnaga danzante
Que interpela a gritos a la luna, proclamándole su amor.
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