Ir al contenido principal

Los estertores de la muerte.


I

Tú insípida mujer de huesos postrada
Arrebatas la juventud de los cuerpos
Exterminas la razón por completo
Caminas pisando las pisaderas del umbral
De las penumbras alumbradas desacostumbradas de luz
Quemándote en mares de desdicha
Abriendo tus fauces para devorar la vida
Único consuelo para quien ha sufrido bridas de amores desabridas.

II

Bebámonos un coñac a desparpajo
Libemos y confundamos nuestros sentidos
Para perecer finalmente en las manos de tu abismo
Aborreciéndote como fantasma sepulcral
En las villanas horas de tu angustiante tempestad
Comportándote fríamente en tu trono de soberana verdad
Mientras te entregamos el rosal de nuestra sonrosada mocedad.

III

Nacemos para morir dice el tempus fuguit
Sin embargo, existo porque muero naciendo en la fugacidad del tiempo
Cual corazón desahuciado resucita entre llamas negras ardientes de rencor
En búsqueda del sentir de los sentidos de una vida sin sentido
Enajenada de amores efímeros.
               

Comentarios

  1. "las posaderas del umbral" qué chucha es esa hueá

    ResponderEliminar
  2. ja, ja! buenísima :) En realidad, fue un error de tipeo, pues es: "las pisaderas del umbral", ya que hacía alusión a la puerta que separa la muerte de la vida y cómo esta mujer que está muriendo la está cruzando o caminando a través de ella. Aunque también puede ser la muerte en forma alegórica, que traspasa el umbral de la vida.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

"La Hormiga", Marco Denevi (1969).

A lo largo de la historia nos encontramos con diversas sociedades, cada una de ellas con rasgos distintivos, de este modo distinguimos unas más tolerantes y otras más represivas. No obstante, si realizamos un mayor escrutinio, lograremos atisbar que en su conjunto poseen patrones en común, los cuales se han ido reiterando una y otra vez en una relación de causalidad cíclica, que no es más que los antecedentes y causas que culminan en acontecimientos radicales y revolucionarios para la época, los que innumerables veces marcan un hito indeleble en la historia. Lo anteriormente señalado ha sido un tema recurrente en la Literatura universal, cuyos autores debido al contexto histórico en el cual les ha tocado vivir, se han visto motivados por tales situaciones y han decidido plasmar en la retórica sus ideales liberales y visión en torno a aquella realidad que se les tornaba adversa. Un ejemplo de ello es el microrrelato “La Hormiga”, cuyo autor es Marco Denevi, del cual han surgido

Ensayo, “Los chicos del coro, una película que cambiará nuestra mirada hacia la pedagogía”.

En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos.                 Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a

La taza rota.

Esa noche había llegado tipo diez, hacía un clima enrarecido, hacía frío, pero sentía calor, quizás no era el tiempo, tal vez era yo, no lo sabía, pero algo pasaba y si bien hasta cierto punto todo parecía normal o aparentaba serlo, algo había cambiado. Llámese intuición, dubitación o sospecha, en aquella casa a la que llegaba a dormir sucedía algo que había desestabilizado y quebrantado la rutina, no era sólo que mi mundo cambiase, sino que la realidad hasta cierto punto superaba la ficción, el tiempo ya no parecía correr a pasos agigantados, sino que incluso se detenía en estática parsimonia, para lo que sólo me bastó observar el reloj que se encontraba en la pared, en la esquina opuesta a la puerta de entrada a la casa y, efectivamente, las horas y minutos en aquel reloj no avanzaban, sino que las manecillas se habían paralizado de por vida, lo pensé unos instantes y no había explicación para ello, salvo que se hubiese quebrado, caído o algo por el estilo, en fin, lo consideré só