El atardecer se desvanecía como sueños pasados, el aire floral de la naturaleza le otorgaba un perfil edénico a aquel lugar tantas veces visitado en la compañía de su amado, sin embargo, ahora en la soledad de aquel crepúsculo recordaba tiempos mejores, se allegaban a su mente sonrisas mágicas que alegraban su corazón, gestos dulces y aquellas primeras caricias que la hicieron suspirar. Aún lo amaba, aquélla era una verdad inolvidable, vivieron tantas experiencias juntos, acostumbraban caminar por tranquilos ríos que fluían como la vida, él cogía una rosa y se la ponía sobre sus cabellos resplandecientes frente al imponente sol, él también la amaba, pero la vida les jugó una mala pasada, la perfidia de aquella intrusa que les arrebató una felicidad imposible de volver a conciliar.
Ahora, que han transcurrido dos años desde su trágica muerte, sólo le queda la viva imagen del recuerdo y la memoria de aquél a quien tanto amó, por ello día tras día se escapa unos breves minutos de su rutinaria vida, repleta de atosigantes trámites y papeleos que como conservadora de bienes raíces le corresponde registrar, archivar y analizar. En fin, aquel trabajo se lo legó Sebastián, aquel hombre que nunca pudo, puede, ni podrá olvidar. Así como debió hacerse cargo del conservador, también recibió como herencia la mansión en la cual habita, pues su amado, no tenía a nadie más, ella era la única que pudo comprenderlo, eran almas gemelas, inseparables-ni la muerte nos separará, mi bella Isabel- le solía decir, pero ya ven, ésta al parecer triunfó como de costumbre.
Después de permanecer en el jardín de la mansión frente al mausoleo de Sebastián, depositó una rosa azul, su color preferido, pues según él le causaba una tranquilidad y paz interior que no siempre lograba y que sólo aquéllas e Isabel le solían provocar. Luego se dirigió a campo traviesa por los innúmeros prados y arboledas dignas de contemplación para los espíritus errantes. Sin duda alguna las veinte hectáreas que rodeaban aquel magnífico lugar, en su totalidad cuidadas con esmero, eran una joya en un manantial de primores, cada seto, rosedal, pino, magnolia, lavanda y así una infinidad de flores y árboles estaban en su debido lugar, al igual que las efigies griegas y romanas que ornamentaban aquel fascinante prado, con apariencias extravagantes, donde se reencontraban figuras de otras épocas. Todo aquello era obra y gracia de un solo arquitecto que planeó regalar a su amada la más perfecta obra de arte, que pensó sería su hogar hasta el fin de los tiempos.
Al llegar a la mansión, atravesó el vestíbulo, subió las escaleras y se dirigió al estudio, cuya portentosa puerta caoba constituía la entrada. Al ingresar a éste, pasó revista a los libros de la biblioteca que se encontraba en su interior, los rozó con el ápice de sus dedos, desplazó el polvo que cubría los títulos y asió uno que llamó su atención, su tapa era de un rojo bermellón y por cómo se encontraba, aparentemente mucho más usado y desgastado que la mayoría, supuso que era uno de los predilectos de Sebastián. Una vez que lo tuvo en sus manos, leyó la rúbrica que decía: “Poesía amorosa” y lo estrechó contra su pecho, ya que en definitiva era de los gustos de su amado, quien en más de una ocasión le había dedicado un poema de su autoría a la bella Isabel.
Pero al tomar el libro no se percató que algo había caído a sus pies y una vez decidió sentarse en el sofá reclinable se fijó en aquello que se había resbalado silenciosamente, era una carta. Al ponerla sobre sus manos, la abrió y leyó, a un ritmo cada vez más vertiginoso, ya que su contenido no le daba tregua, hablaba de promesas hechas y cosas inverosímiles, hasta tal punto que cuando culminó la lectura se sentía desmayar y palidecer, pues hasta cierto punto supo que misteriosamente su amado no la abandonaría, puesto que créanme o no, en este lugar había más magia que la aparente, era una mansión cuyos recovecos guardaban secretos que recién ahora se develaban.
En efecto, el primero de aquellos misterios estaba saliendo a la luz, nada había quedado en el tintero, desde las cimientes de la mansión y su construcción propiamente tal, ésta había sido pensada, cada espacio que la constituía, absolutamente todo. En aquella carta había una indicación que apuntaba en dirección a una sala particular, donde debía encontrarse el mapa y plano de esta morada, sus intersticios, salones, entradas ocultas y la explicación del por qué de cada una. Isabel tras reponerse del sopor en que se veía inmersa, decidió seguir aquel juego que le proponía su amado, no lo pensó dos veces, simplemente se aventuró, ya que aún creía en él. Como bien señalaba la carta, se aproximó hacia la sala que ahí se indicaba y para llegar hasta ella, tuvo que vivir su propia odisea, ya que eminentemente no sería tan sencillo como pensaba. Tuvo que descender escaleras hasta llegar al sótano, éste en primera instancia se encontraba sumamente oscuro, nada se veía en rededor y ella a cada instante que transcurría se ponía más nerviosa, pero halló finalmente el interruptor y las luces se encendieron por doquier, siguió su camino por todo aquel corredor y llegó a una puerta, ante la cual se necesitaba una llave especial, no obstante, nunca había tenido necesidad de asomarse por esos pasajes y, como se imaginarán no poseía la llave, no sabía cómo acceder a aquel recinto, que por lo demás se veía imposible de traspasar sin la llave que necesitaba.
Observó con suma precaución cada recodo del espacio donde se encontraba, atisbó hacia la techumbre que lo cubría, que formaba el piso de la planta superior, se fijó si es que había alguna ventanilla o escotilla, pero no había nada, a continuación dirigió su mirada al suelo y al realizar esta maniobra quedó pasmada, pues éste tenía trazadas diversas figuras, que manifiestamente no habían sido efectuadas al azar, habían desde leones, serpientes, águilas hasta deformes monstruos marinos y térreos. Comenzó a recordar lo que había leído en la carta e intentó rememorar si es que en algunas de las conversaciones con Sebastián habían cruzado palabras sobre este tipo de seres e imágenes, estuvo pensándolo unos momentos hasta que aquello que le causó en un primer momento extrañeza, ahora cobraba sentido. Se trataba del bestiario medieval y antiguo.
Sin embargo, ¿le servía de algo haber descubierto que aquellas monstruosidades pertenecían a un bestiario? Al igual que ustedes, ella pensaba que no, pero por lo que aparecía en aquella misiva, donde se señalaba que todo poseía una esencia y razón de ser, concluyó que aquellos seres, probablemente eran el camino de entrada a aquella puerta donde se encontraba el plano de la mansión. Fue en aquel momento cuando dudó si es que debía seguir adelante por amor a su amado o si dejaba aquella farsa escalofriante y misteriosa. Aunque en último término determinó que era preferible seguir adelante, así que decidió llegar hasta el final de todo este asunto y acabar de una vez por todas con él.
La mejor solución ante aquel problema de las imágenes del suelo, que seguramente poseían un mensaje cifrado en clave, fue averiguar más sobre ellas y qué significaba cada una y como no poseía mayor conocimiento, decidió retornar al estudio y buscar libros vinculados con el tema, para hacerse una idea sobre lo que tenía frente a sus ojos. Apagó todas las luces del sótano y regresó al lugar donde había comenzado su travesía y una vez estuvo ahí, se armó de paciencia y empezó a indagar en la biblioteca, buscando las temáticas de las cuales se debía procurar; las palabras claves eran: “bestiario”, “medieval” y “antiguo”.
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