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Un viejo amigo comunista.




Puntual como de costumbre, aquel viejo amigo solía llegar a la casa, siempre con una anécdota nueva y alguna novedad que contar, pero lo que más nos intrigaba a aquellos que vivíamos en aquella casa, eran sus historias de antaño, que fluían como candelas apasionadas y que en vez de extinguirse con el paso y peso de los años, se enardecían cada vez más. Un día llegaba narrando sus proezas y hazañas amorosas en su mocedad, a ratos nos hablaba sobre sus viajes a París, Venezuela y tantos otros lugares, cuyos relatos nos conmovían en demasía, pues nos imaginábamos habitando aquellos parajes a ratos inhóspitos, a otros multitudinarios, pero que nos hacían revivir en nuestras mentes la ilusión de poder visitarlos algún día, cuya esperanza nos invitaba a soñar despiertos, esforzarnos por lograr aquello que anhelábamos, que a veces se veía tan lejano, pero que al unísono se nos aproximaba a pasos agigantados y que tal vez más pronto que tarde, alcanzaríamos.

            Hablábamos la mayor parte del día, las horas parecían minutos y los minutos segundos, esperando un porvenir mejor que el actual, discutíamos de política y del mal manejo del sistema que el gobierno ha hecho en nuestro país, el que remarcábamos continuamente como “NUESTRO”, ya que nos pertenecía, éramos conscientes de nuestra idiosincrasia, nuestras tradiciones y cultura, además de desarrollar y potenciar cada vez más el compromiso cívico. Él, por otro lado, aún se abanderaba como comunista, al parecer lo llevaba implantado en el alma a fuego calcinante, en cambio yo, prefería ver y analizar todo desde una perspectiva más ecléctica y crítica, es decir, puesto que no me sentía representado por ninguno de los partidos políticos de contingencia, como a menudo sucede con la mayoría de los jóvenes de mi edad, prefería seguir mi propia línea de pensamiento, siempre abierto a la crítica constructiva y a los debates sesudos en pro del bien común, aunque quizás efectivamente era más partidario del comunismo, pero a la vez sabía que era un idealismo exacerbado, pero en el fondo mi personalidad apuntaba también en el mismo sentido.

            Ideales, ¿qué haríamos sin ellos? Simplemente no podríamos vivir, ya que niéguenlo o no, las personas de los más variados estratos sociales, poseen estos tan mal tratados “ideales” , algunos buscan sobretodo constituir su hogar, vislumbrar finalmente el sueño de la casa propia, otros aspiran a ser profesionales de experiencia y otros buscamos ir más allá, lo que se puede sintetizar en una sola palabra, felicidad. Paradójicamente, ésta es lo más complejo de alcanzar, es etérea, se esfuma continuamente de nuestras manos y una vez que se la posee, no demora mucho en apartarse de nuestras vidas, pues como un amor transitorio, quizás de esos amores de barrio, pero aún así la amamos y cuando se aleja de nuestro lado, la extrañamos. El tiempo es una realidad que nos acompaña, generalmente vela a nuestro favor, dándonos el pie de inicio para disminuir el número de lecturas pendientes y convertirlas en lecturas productivas, esta última palabra la aborrezco, ya que en sí misma es ampliamente neoliberalista, no obstante, ¿qué podemos hacer? En definitiva, nada, sólo utilizarla. En efecto, también conversábamos de libros y escritores contemporáneos y otros vetustos que nos daban claras luces para entender la sociedad en la que vivimos, asemejándose a la visión clásica de la historia, “aprende del pasado, vive el presente y prepárate para el futuro”, la que a mi parecer, es una sabia consigna.

            Escuchábamos jazz, estilo musical predilecto de varios de mis amigos, en otras ocasiones variábamos el repertorio a blues, Folk, entre otros. Aunque personalmente reconozco mi atemporalidad, a la que no designaré ningún juicio valórico, sino que simple y llanamente me agradaba sentarme a escribir o leer, escuchando sones medievales, los que me transportaban a aquel período tan ansiado por lo románticos y del que soy un férreo y tenaz seguidor, lo denominaría como una especie de amor al ser romántico, que procuraba vivir a cabalidad en el día a día, lo que a veces me hacía pecar de excéntrico, sin embargo, no me importaba, puesto que en su justa medida, sabía que lo era, me gustaba la poesía y eso ya es decir mucho en la sociedad del siglo XXI.

            En fin, nuestro estimado amigo comunista así como llegaba, se iba, como transportado por una deidad griega, sabíamos donde vivía, pero en vez de dirigirnos a su casa, esperábamos su venida, a la misma hora día a día, con una puntualidad infalible de reloj de péndulo, de ésos que han quedado en la usanza antigua. Estaba entrado en años, con su melena alzada al viento, con su caminar altivo y con el pecho inflado como un gorrión, en busca de seguidores que quisieran oírlo. Así que cuando se lo encuentren por la calle y transite a su derredor, denle un fortísimo saludo de mi parte. A mi viejo amigo de ideales.

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