Faltando sólo un cuarto de hora para las diez de la noche, pensaba mil veces las 1001 cosas que quería hacer, dónde, con qué y cómo debía ir; lo primero fue ponerme la ropa para esa noche especial, una mezcla entre sensualidad y seriedad, una camisa descotada con dos botones abiertos, unos jeans ajustados y una boina plomiza que resaltara el –atrévete a dar un paso más, pero con cuidado- estaba listo, sólo debía comprar el regalo, que no podía dejar de darle un toque de emotividad, pero sin el típico sentimentalismo barato, agregándole un deje de intelectualismo, por ello obviamente el regalo perfecto era un libro, por consiguiente, me dirigí a la librería más cercana de donde vivía actualmente. La librería Antártica era un lugar que había visitado cientos de veces, siempre encontraba un libro nuevo, una edición empastada que me cautivara, que llamara mi atención, pero aquella noche no fue sólo eso. Entré, miré de reojo a mi alrededor, igualmente me acerqué a las estanterías, revisé unos cuantos títulos, hasta que me decidí a preguntarle a un tipo con cara de intelectual que no estaba nada de mal -con tono sexy- qué tenía para ofrecerme, me quedó mirando desconcertado y yo repliqué; ¿qué libro me ofreces?, ahí se sonrojó un poco y me dijo, disculpa estaba pensando en otra cosa. Yo le respondí que no se preocupara, solía pasar, de ahí me llevó a revisar libros de autores nacionales e internacionales, siendo los primeros desconocidos –por lo menos para mí- así que empezó inquiriendo por las temáticas que me gustaban, le dije que más bien era para regalárselo a una mujer y que ella era más bien feminista y le gustaba lanzarse a la vida, algo así como vivir en un continúo carpe diem, que era apasionada y vibraba con las novelas románticas. Bastó sólo esa descripción y –según él- el libro perfecto era el que me acababa de pasar y que ahora tenía en mis manos. Ni si quiera miré la reseña, ya que nos quedamos conversando distendidamente sobre libros, pasábamos rápidamente de uno a otro, intercambiando opiniones, críticas y sinsabores –mientras tanto me había apoyado cómodamente en el mesón-, así transcurrió media hora, cuando miré mi reloj y le dije que debía irme, que iba atrasado, pero que volvería a pasar por ahí durante la semana, él quedó prendado, se despidió de una manera muy efusiva, decía que esperaba volver a verme luego y que mi nombre no se le olvidaría por nada del mundo. Salí de la librería, bajé por las escaleras del centro comercial, tomé la primera micro que pasó y me dirigía a mi destino –el cumpleaños de mi amiga.-
Me bajé en una estación de la línea 1 de Santiago, a esas horas la gente circulaba como almas en pena –observé a una pareja, luego a otra- ambas estaban acurrucadas besándose como si el Apocalipsis llegase hoy, -seguí caminando- un poco más allá vi a un par de tipos vestidos completamente de negro, desde sus zapatos que se asemejaban a la noche hasta sus chaquetas largas y oscuras como una caverna, que me dieron la impresión de ser góticos, me quedé plantado en una esquina de la estación siguiendo sus acciones y ahí cuando pasaron a mi lado, sentí un olor que no me sorprendió, ya que sabía que generalmente a estas horas muchos se iban de carrete, así que la marihuana que habían consumido y estaban por consumir, era algo infaltable en aquellos grupos. Finalmente los vi alejándose y saliendo apresuradamente del metro y subiéndose a un auto que brillaba con la claridad de la luna. Por otra parte, yo me quedé meditabundo unos instantes pensando en que más temprano que tarde tenía que escribir una historia con estos hechos, después me fui caminando silenciosa y tranquilamente por las calles santiaguinas, dejando atrás pubs, restaurantes, ebrios y personas que iban y venían de un carrete a otro, hasta que fui a dar al departamento de mi amiga.
Una vez hube llegado al departamento, me acerqué a consejería y pregunté por ella, pero no fue necesario llamarla ni esperar, ya que me vino a recibir con una calidez de aquéllas que sólo sientes después de no ver a un amigo durante mucho tiempo. Después de un abrazo que duró minutos, pero que se desvaneció como segundos, le hablé del libro que le traía y le conté un poco cómo había llegado a él y -como era de esperar-, se río toda la noche con mi anécdota.
Los momentos, los anéctotas y todos los lugares que hacen de una noche, la mas especial (L)
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