En primer lugar, antes de adentrarnos al análisis y aplicación de la Teoría de los temperamentos, debemos comprender qué se entiende por éstos y, sobre todo, sus orígenes, los que si bien calan profundamente en la tradición literaria naturalista, éstos tienen una larga data, proveniente de la visión griega y manifestada por Hipócrates, perteneciente a la escuela médica-lógica, es decir, racional, de hecho procederé a citar textualmente un extracto de esta teoría: “Este último, después de decidir sobre las circunstancias de la edad del paciente, de la zona, de las enfermedades, buscaba mediante el raciocinio el remedio de su ciencia; e investigaba, poniendo en juego la razón, cuál era la causa de las enfermedades [el remedio era buscado por el razonamiento]. Los empíricos no seguían más que la experiencia, mientras que los lógicos sumaban el raciocinio a la experiencia.”[1]
Un tema directamente imbricado con lo antes dicho es el desarrollo específico de esta teoría, lo que adjuntaré de manera detallada y que tomaré como punto de partida para mi análisis: “Sobre los cuatro humores del cuerpo:1. La salud es la integridad del cuerpo y el equilibrio de la naturaleza a partir de lo cálido y lo húmedo, que es la sangre. De ahí que se diga sanitas (salud), como si se dijera sanguinis status (estado de la sangre). Todas las enfermedades tienen su origen en los cuatro humores[2], a saber: en la sangre, la bilis, la melancolía y la flema. [Por ellos se rigen los sanos; por ellos padecen los enfermos, pues cuando han aumentado más de lo que es natural producen las enfermedades]. Del mismo modo que son cuatro los elementos, cuatro son también los humores, y cada humor se corresponde con un elemento: la sangre representa el aire; la bilis, el fuego; la melancolía, la tierra; la flema, el agua. Cuatro son, por lo tanto, los humores —como cuatro son los elementos— que conservan sano nuestro cuerpo. 4. La sangre[3] tomó su nombre de una etimología griega, porque el hombre, gracias a ella, se alimenta, se sustenta y vive. Los griegos llamaron cholera[4] (derrame biliar) a lo que duraba el espacio de un día; de ahí que «cólera» equivalga a fellicula, esto es, «derrame de bilis». A la bilis los griegos la llaman cholé. 5. La melancolía recibe su nombre del sedimento negro de la sangre mezclada con abundancia de bilis. Los griegos a lo negro lo llaman mélan, y a la bilis le dicen cholé. 6. En latín, a la sangre se la denomina así porque es suave[5]; de ahí que los hombres en los que domina la sangre sean dulces y amables. 7. La flema la llamaron así por ser fría. Al frío los griegos le dan el nombre de phlegmoné.”
Es así que la aplicación de la teoría de los temperamentos es parte fundamental en lo que será considerado como el método experimental, cuyo nombre deriva de la realización de experimentos, en este caso aplicado a los tipos humanos, para comprobar a la usanza científica, ya sea estableciendo hipótesis o formulando teorías, a partir de las que se comprobará finalmente cuál es el resultado de la convivencia, por ejemplo, de un melancólico/a con un sanguíneo/a. De este modo, un caso paradigmático de la obra, será la relación amorosa que comienza a gestarse entre Angel Heredia y Gabriela Sandoval, siendo el primero de ellos, a raíz de la información que nos va entregando el narrador, un personaje del tipo melancólico, pues baste citar algunos rasgos tópicos de la descripción que se hace sobre él. Cabe destacar a su vez que lo que interesa respecto a los humores, es la descripción psicóloga o etopéyica, que será la que nos permitirá distinguirlos, sin embargo, la física o prosopográfica nos puede sugerir también ciertos rasgos identificatorios: “Notábase algo lento y como calculado en su andar, a la manera de los animales felinos, en tanto que su pupila, a ratos dejaba caer fulgores fosforescentes, produciendo en el ánimo extraña impresión de fuerza mezclada con languidez, de energía aterciopelada, de audacia tímida, de algo encubierto y velado […] Era una fisonomía perturbadora y enigmática, en la cual, a ratos, dominaba sello melancólico de profunda tristeza, que atraía, y a ratos mueca irónica de crueldad premeditada, de frialdad agresiva, que alejaba.”[6]
Por otro lado, en la forma de Gabriela Sandoval, tendía a primar un carácter y espíritu místico, cuya relación estaba estrechamente ligada al elemento aire –concepción aristotélica- que se condice con el tipo más sanguíneo de todos, justamente donde prima más ésta, cuyo carácter es eminentemente amable y delicado, pero a su vez elevado: “Era, el suyo, al parecer, espíritu místico, de aquellos seres aislados, superiores y solitarios que nacen y viven para el amor divino; naturalezas hechas para la contemplación y ensueño en que el ser parece como suprimido y desvanecido hasta confundirse en el Amado, como Santa Teresa.”[7] De esta manera, con el pasar del tiempo, se acentuarán aún más sus características y tipo sanguíneo inherente: “Había salido del colegio, tenía ya diecinueve cumplidos, y cuando se presentaba en los primeros bailes, murmullos de admiración acogían su espléndida y opulenta belleza rubia, su esbelto y espigado cuerpo, su mirar suavísimo, y aquella su encantadora expresión de bondad y de grave prudencia impresa en su boca de labios un tanto gruesos y entreabiertos.”[8] Finalmente, se torna necesario resaltar que sus privilegios y talentos exteriores se corresponderán con su predisposición interior, lo que se aprecia en la siguiente marca textual: “Gabriela, junto con el sentimiento instintivo de superioridad social, templado por su bondad y su modestia ingénitas, había recibido educación refinada, hablaba francés como parisiense, era música, y tenía hábitos de lujo de princesa, que todo lo pide, sin averiguar nunca precios. Todo eso contribuía, desde el primer momento, a sus éxitos mundanos.”[9]
[1] Cf. Celio Aurelio, Di morbis acutis, prooem. (Daremberg, 479); Galeno, Definitiones medicae (Künh, 19,387).
[2] Íbidem.
[3] Sin duda, Isidoro ve en dsan o dsen = vivere la etimología de sanguis.
[5] Cf. Etim. 11,1,122. Isidoro emplea un juego de palabras: sanguis - suavis.
[6] Casa Grande, Luis Orrego Luco, Santiago, Nascimento, 1973. Pp. 11-13.
[7] Íbidem. Pp. 13.
[8] Íbidem. Pp. 13-14.
[9] Íbidem. Pp. 14.
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