Antes que todo, cabe referir que José Joaquín Vallejo (Jotabeche), se destacará y cobrará preeminencia en base a la creación de sus artículos de costumbres, los que tendrán como motivo central, la caracterización de tipos humanos y sociales, que representan ciertos modos y estilos de comportamiento de la sociedad epocal, es decir, se situarán en el contexto de mediados del siglo XIX chileno, cuya vida radicaba en la mezcla entre lo provinciano/rural-capitalino/urbano, dicotomía que se denota patente en sus artículos, que en tanto tales, poseen una índole de carácter periodístico, cuyas características centrales, entre otras encontramos: “El estilo agresivo, ácido, de los artículos publicados en La Guerra o la Tiranía , se convirtió en el acerado y generoso de los artículos de costumbres que comenzaron a ver la luz en El Mercurio de Valparaíso, en los primeros meses de 1842.” [1] A su vez, no podemos dejar pasar la noción de inter-textualidad e influencia en la escritura jotabechiana, donde se toma como claro referente, la figura de Larra, precursor de los artículos de costumbres, donde Vallejo sobre aquél señala: “rara vez me duermo, sin leer algunas de sus preciosas producciones.”[2] Lo anterior derivará en una visión pesimista sobre la sociedad y el tiempo en el que le tocó vivir.
En primera instancia, ¿cuál es la representación que nos hace Jotabeche sobre el provinciano? La respuesta ante aquella interrogante, está al inicio del artículo: “El provinciano que se va a vivir a la capital, renunciando su provincia, la provincia de sus padres, en la cual nació y le criaron; he ahí lo que, sino digo, he querido decir en mi epígrafe: ése es el tema de lo que por ahora salga.”[3] Efectivamente, según lo planteado, abordará una especie de migración campo-ciudad, a través de la figura de un provinciano, con sus características y costumbres particulares y cómo se adapta o desadapta a estas nuevas normas sociales, per se, diametralmente distintas.
De inmediato nos encontramos ante los juicios del narrador sobre el comportamiento “inusual” de aquel provinciano que nos describirá, citaré lo que refiere al respecto: “El hijo de provincia que es dueño de un caudal viejo y tradicional, de capitales acumulados, poco a poco, por él o sus antecesores, rara vez o nunca abandona el país de su cuna.”[4] Vale decir, apunta a un cierto folklorismo y tradicionalidad propia de la concepción de mundo rural. Por otro lado, también enuncia que la clase media tampoco tendrá provincianos renegados, pues hay un cierto grado de contento con el status social en el que se vive, que no implicará una migración para optar por mejores condiciones de vida –central en el viaje y migración en estos casos.-
Luego apunta el caso de los proletarios –en tanto clase obrera- cuyas migraciones dice textualmente, se producen principalmente por los siguientes motivos: “No emigran a la capital, sino por el hambre, o por haber cometido algún delito en su provincia.”[5] Se desprende de lo hasta aquí expuesto, que aquel “reniego” es un cierto distanciamiento y deslinde de su tierra, familia y raíces, donde además subraya que otro de los fines de aquellas emigraciones son el afán de búsqueda de riquezas y prosperidad, que entroncará la mayoría de éstos: “Son bien conocidas y harto justificadas las causas que les obligan a este reniego. La primera hacer su gusto; la segunda comprar hacienda, casa, chacra y quinta; la tercera rodar coche; la cuarta exhibirse; la quinta poner a cubierto sus capitales de los ataques del gobernador […]”.[6]
Sin embargo, la vida del provinciano renegado tiene más de una vicisitud, por consiguiente, para alcanzar la prosperidad, tendrá que vivir ciertas peripecias, que Jotabeche describe con suma pulcritud: “El que repentinamente se hace rico, no es sino después de haber probado, por muchos tiempos, la desgracia de ser pobre. […] En sus muchas épocas de escasez, el rico improvisado necesitó que uno le habilitara en sus empresas, que otro le amparase con su crédito, que éste le consiguiese esperas, que el otro le prestase su dinero.”[7] Ante cuya descripción culmina con una reflexión que no deja de ser cierta: “El rico improvisado, cuando llega a serlo, se encuentra como nos encontramos todos los pobres, cargado de esa inmensa deuda de gratitud, aparte de la de dinero, que es tan difícil cancelar con la plata.”[8]
Dejará, desde otro ángulo, una incógnita abierta, que procede a responder: “¿Qué le pasa al provinciano rico al encontrarse en sus nuevos hogares? Los primeros que les visitan son los médicos.”[9] Y esto, ¿por qué?, pues precisamente a que generalmente reciben por compensación una serie de achaques y alteraciones en sus temperamentos –teoría hipocrática- cuyas dolencias describirá de un modo variopinto: “[…] para convertir el cuerpo del renegado en la mansión predilecta de todos los constipados, indigestiones, cólicos y reumatismos endémicos y epidémicos, conocidos y desconocidos bajo el cielo de Santiago.”[10] ¿Cómo es la morada del provinciano santiaguino? Ante todo lóbrega y silenciosa dice Jotabeche, hasta llega a señalar que se asemeja a un sepulcro. Continúa dando cuenta de las metamorfosis que sufren los integrantes de la familia que se ha trasladado, lo que provoca un sentimiento de compasión ante el cuadro mostrado: “Si la emigración ha sido con la familia y todo, los niños luego se aclimatan en los colegios; pero el resto de los individuos de ella se agostan y marchitan, como esos arbustos tropicales recién trasplantados a donde reinan las nevascas de los polos.”[11] Menciona, por otra parte, una imagen del usurero renegado, siempre triunfante a través de la estafa.
Finalmente lo que sin duda adquiere mayor relevancia es esta reflexión realizada hacia el final, donde se da cuenta del olvido y verdadero reniego por parte de los provincianos, a sus orígenes: “Al lado de esta recomendación tienen el defecto de ser muy ingratos para con su provincia, de la que si se acuerdan alguna vez, es con la misma vergüenza que les causa la memoria de haber sido pobres.”[12]
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