En primer lugar, cabe destacar que el cuento “En el conventillo”, nos mostrará una realidad cruda, problemática, precaria y del bajo pueblo, con sus penurias y reveses, es así que iremos comprobando cómo los personajes van sorteando las diversas adversidades que les van apareciendo, cómo viven el día a día, pero que ante todo siempre va de mal en peor, lo que nos deja en claro el carácter naturalista de la narración, por ello citaré algunos extractos del cuento donde se aprecian aquellas determinantes naturalistas, a través de los personajes. Un ejemplo paradigmático es el caso de la niña de tan sólo tres años, que, sin embargo, no podía caminar aún, pero no por razones genéticas, sino que alimenticias, todas las cuales se debían precisamente a un descuido de sobremanera, donde aquel raquitismo que se nos describirá no había sido producido al azar, sino que era una causalidad, consecuencia de las condiciones de vida en las que estaban inmersas, donde no alcanzaba para comer a veces: “Este fraude, que no podía evitar ni delatar, provocaba las desesperadas protestas de la criatura que, aunque había cumplido los tres años, apenas podía balbucir una que otra palabra. Un raquitismo atroz había hecho presa en su endeble cuerpecillo, que sólo podía moverse arrastrándose por el suelo, sin que los esfuerzos de la madre para hacerla andar diesen resultados, atribuyendo en su ignorancia esta debilidad de organismo a una voluntaria terquedad de la chica.”[1]
Otro caso ejemplificante del naturalismo presente en el relato, lo cumple Sabina, quien trabajará infatigablemente durante horas y horas, pero que casi como variable directamente proporcional, al mismo tiempo, su esposo tendrá gastos excesivos consumiendo alcohol y emborrachándose, lo que inexorablemente la destinará a la pobreza y miseria, sin cambiar su suerte: “Era Sabina, la lavandera, una mujer joven, veintiocho años a lo sumo, muy morena, de mediana estatura, facciones marchitas y ojos pardos de mirada triste. Trabajadora infatigable, se le veía desde el alba entregada a sus quehaceres. Su marido, de oficio panadero, a pesar de que ganaba cuarenta o más pesos semanales, sólo destinaba a su familia una parte insignificante de su salario […] Cuando Onofre, el marido, no se embriagaba, la familia disfrutaba de cierta relativa holgura. Con los dos pesos, que era su contribución diaria, había en su casa para matar el hambre.”[2]
Otro problema que nos presenta el determinismo, lo vemos a través de la carencia de educación, lo que es propio de las clases más bajas y más aún, una despreocupación hacia éstas: “Muy ignorante, el problema educacional de los hijos no le preocupaba en manera alguna. Procurarles el alimento y el vestido era ya por sí sola una carga demasiado grande y de la cual se libertaba con una frecuencia amenazadora.”[3]
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