Previo a la caracterización del mundo narrativo de Lillo, es preciso hacer algunas consideraciones de orden distintivo conforme al contexto en el que se enmarcan las obras de Baldomero, es así que se sitúa en la centuria decimonónica de la realidad chilena de la época, caracterizándose no por una poética, sino por un discurso narrado, gestándose en el ámbito de la novela y la cuentística –este último, será el carácter de subsole-. De este modo un rasgo fundamental lo recubre y representa el narrador, en tanto agente activo en la obra, cuyas nociones trascendentales procederé a caracterizar: “En todas estas obras aparece un narrador caracterizado por una consciencia claramente reformista adscrito a una ideología progresista que encierra los valores provenientes del humanismo de la ilustración: igualdad, racionalidad; y los valores del liberalismo europeo: individualismo y libertad. Desde tal consciencia el narrador postula la necesidad de transformar el sistema social imperante, fundado en una concepción oligárquica y colonialista del mundo.”[1]
Por otro lado, esta visión sobre el narrador, tendrá influencias decisivas en el comportamiento y roles de los personajes y cómo éstos se posicionan en el mundo, como se aprecia en la siguiente cita: “Este anhelo condiciona la figura de un héroe problemático, imbuido de los valores del humanismo liberal y situado en una actitud de ruptura con el mundo, ya que éste es el lugar donde imperan los vicios políticos y la degradación moral. La trayectoria narrativa de este héroe se ofrece como la historia de una vida en incesante búsqueda de la virtud y la verdad.”[2] Siguiendo esta interpretación, tendremos un proceso de búsqueda continúa donde habrá una suerte de afán positivista, que nos permita descubrir esos dejes de la verdad a la usanza científica hasta cierto punto –rasgo clave en el naturalismo y, sobretodo, en la novela experimental.- A continuación proseguiré con el planteamiento anterior: “Siguiendo con la figura del héroe: a pesar de su búsqueda de valores opuestos a los que sostiene el mundo, la ruptura no es insuperable. En términos generales, el héroe termina por acomodarse al mundo, lo que significa un reconocimiento de que los valores postulados no tienen el carácter absoluto. Tal significación implica a su vez la consciencia de que el reformismo político-social, antes que una relación real con el mundo es un anhelo, una esperanza, o, más rigurosamente, una voluntad.”[3]
En una línea directa con lo hasta aquí glosado, la imagen de mundo que se nos irá conformando mostrará aquellos conflictos inherentes a la época de producción de la obra, habrá una conformidad con ésta: “Pero, en síntesis, la estructura de la narrativa decimonónica expresa con claridad una antinomía entre un ideario progresista y liberal, propuesto como anhelo a realizarse o como voluntad reformista, y un sistema vigente conservador definido por notas de vicio y deformación político-moral. El conflicto se establece a un nivel social y ético entre dos concepciones de la existencia: una renovadora y positiva, otra reaccionaria y negativa.”[4]
Como se ha distinguido, aquellas imágenes que se crean en las obras de Baldomero Lillo, al estar stricto sensu, emparentadas con el contexto decimonónico chileno, se apreciarán muchos procesos como los subsiguientes, que en definitivas cuentas van marcando los tópicos de los relatos: “El cuadro de las transformaciones sociales operadas en Chile desde mediados del siglo XIX sería incompleto si nos limitáramos sólo a señalar el aparecimiento de nuevas clases sociales. Este fue, incuestionablemente, el fenómeno de mayor trascendencia; pero, al lado de él e íntimamente conectado con él, se pueden constatar otros fenómenos muy significativos […] De esta manera se planteó el antagonismo entre la aristocracia y su aliado el clero, con la burguesía. Tal antagonismo o lucha de clases tuvo diversas maneras de manifestarse y él constituyó –en última instancia- la esencia de nuestro desenvolvimiento histórico en el siglo pasado.”[5] ¿Y cuáles serán los personajes que cobrarán vida en los relatos de Lillo?: “El pueblo entra tímidamente al escenario literario. La figura del héroe proviene cada vez con mayor frecuencia de la pequeña burguesía y aun del proletariado.”[6]
Así, aproximándonos al análisis de sub-sole, en este cuento se presentan algunos rasgos igualmente tópicos de la narrativa de Lillo, entre ellos: “[…] en los relatos que se refieren a la vida del pueblo, como “sub-sole”, “En el conventillo”, “Sobre el abismo”, etc., el tono narrativo se hace serio, dramático y aun asume caracteres trágicos, como sucede en “Sub-sole”. En este cuento la figura de la madre aprisionada entre las rocas mientras su pequeño hijo es arrebatado por el mar, tiene un aire de tragedia clásica, en cuanto se contraponen la impotencia y la desesperanza del ser humano frente a la fatalidad inexorable del destino. Este carácter se ve reafirmado, por otra parte, por el contraste que se produce entre el dolor sin límites de la madre y la indiferencia y la belleza perversa de la naturaleza presente en los jugueteos del mar, que avanza y retrocede en una suerte de danza cósmica, hasta envolver a la criatura en sus brazos para sepultarla en el fondo de las aguas.”[7]
Ante todo tendremos un narrador –en el cuento subsole- cuya tendencia será a la descripción detallada del ambiente, paisaje, mundo narrado en general y personajes, incluso adentrándose en las sensaciones de éstos, manifestadas a través de las expresiones faciales y ciertos juicios valorativos sobre el acontecer de los hechos, lo que las más de las veces tendrán un carácter trágico y grotesco, entremezclado con lo bello, pero este último, siempre efímero, como veremos a través de las marcas textuales: “Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la línea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.”[8] En torno a la descripción de este paisaje, se aprecia una cierta visión idílica y paradisíaca, narrada subjetivamente, pues se lo personifica y se interpreta éste con el uso de adjetivos que aluden a los sentimientos y mundo interior, a su vez atisbaremos que aquella tranquilidad es sólo aparente, pues finalmente éste arrebatará al niño de pecho, a aquella madre –Cipriana- que nos configura el relato.
En cuanto a la descripción de los personajes, cabe resaltar que encontraremos de igual modo marcas naturalistas, ya que se describe a Cipriana con cualidades negativas, horrorosas, de una manera vulgar, lo que concordaría con la extracción social a la que pertenece, con una suerte de determinismo de raza, por así decirlo, cuyo único cambio del semblante estará dado por su hijo: “La madre permaneció algunos minutos como en éxtasis devorando con la mirada aquel bello y gracioso semblante. Morena, de regular estatura, de negra y abundosa cabellera, la joven no tenía nada de hermoso. Sus facciones toscas, de líneas vulgares, carecían de atractivo. La boca grande, de labios gruesos, poseía una dentadura de campesina: blanca y recia; y los ojos pardos, un tanto humildes, eran pequeños, sin expresión. Pero cuando aquel rostro se volvía hacia la criatura, las líneas se suavizaban, las pupilas adquirían un brillo de intensidad apasionada y el conjunto resultaba agradable, dulce y simpático.”[9]
Finalmente, daré cuenta de cómo el paisaje cambia de lo bello a lo grotesco y cómo eso repercute en la escena, la narración y desencadena aquel destino fatal, que ya se veía venir y que el narrador nos fue propiciando: “Cipriana se puso de rodillas e introdujo la diestra en el hueco, pero sin éxito, pues la rendija era demasiado estrecha y apenas tocó con la punta de los dedos el nacarado objeto. Aquel contacto no hizo sino avivar su deseo. Retiró la mano y tuvo otro segundo de vacilación, mas el recuerdo de su hijo le sugirió el pensamiento de que sería aquello un lindo juguete para el chico y no le costaría nada.”[10] Aquí se capta un cuadro hermoso y bello en sí mismo, otorgado a través del “objeto nacarado”, por ejemplo, pero la escena rápidamente se torna caótica y desastrosa: “En un principio Cipriana sólo experimentó una leve contrariedad que se fue transformando en una cólera sorda, a medida que transcurría el tiempo en infructuosos esfuerzos. Luego una angustia vaga, una inquietud creciente fue apoderándose de su ánimo. El corazón precipitó sus latidos y un sudor helado le humedeció las sienes. De pronto la sangre se paralizó en sus venas, las pupilas se agrandaron y un temblor nervioso sacudió sus miembros. Con ojos y rostro desencajados por el espanto […] Y la aterradora imagen de su hijo, arrastrado y envuelto en el flujo de la marea, se presentó clara y nítida a su imaginación. Lanzó un penetrante alarido, que devolvieron los ecos de la quebrada, resbaló sobre las aguas y se desvaneció mar adentro en la líquida inmensidad.”[11] De esta manera en aquella dicotomía del paisaje y su metamorfosis, se nos confirma el principio de lo efímero de la belleza y que el mundo, es más bien de corte oscuro, con destinos cercanos a la muerte, experiencias catastróficas de hondo sentido naturalista. Las comparaciones y símiles que apuntaré a continuación realzan el sentido trágico y concordante con la tradición griega clásica, por ejemplo y su fatalismo determinista: “[…] y así como la alimaña cogida en el lazo corta con los dientes el miembro prisionero, con la hambrienta boca presta a morder se inclinó sobre la piedra; pero aun ese recurso le estaba vedado.”[12]
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