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Una noche de viernes en Santiago.




Santiago al anochecer es un caos, pero no en el mal sentido de la palabra, sino que es un caos que te cala hondamente, un caos adrenalínico, veo y observo, también escucho un calor humano a flor de piel, el sentido gregario humano me parece natural en estos momentos, la gente socializa, carretea, fuma, se divierte y vuelven a su rutina de ocho horas diarias trabajando sin parar, cada vez más, con una intensidad sin duda mayor cada día, sin embargo, pese a todo, adoro Santiago. Es una ciudad que me ha hecho crecer, a porrazos, a entrechoques y entretelones, pero lo que más le agradezco es que me ha permitido conocer más y más personas que le están dando un nuevo giro a mi vida, he aprendido a soportar 3 interminables horas contemplando una película de cine arte, que quizá hace un par de años atrás, ni si quiera hubiese imaginado que estaría allí, he aprendido a descifrar su bohemia, sus calles y sus gentes, entender sus vidas y los ritmos de ésta, en fin, Santiago ya no es desconocido para mí. No obstante, cada día me resulta novedoso, fascinante, hasta entrañable incluso y por qué no decirlo, hasta extrañable, pues vivo en región y desde allá siempre añoro regresar, volver a esta rutina sin par, a esas horas pick donde todo vuelve a ser caos, ensordecedores ruidos y destinos.

            Cada persona tiene un destino, no sé si crea en la predestinación, pero lo que sí sé es que ahora llevo las riendas de mi vida, vivo cada día como si fuese el último, intento mantenerme alerta, aprender de las personas que conozco, intento aprender a comprenderme, a ser realmente yo, a valorizar lo que hago, mis gustos e intereses a re-encantarme cada día que pasa con la literatura, con mis sueños, con la filosofía, con la música, con el cine, es decir, con las bellas artes en general. Sé que la vida no es absolutamente bella, tampoco absolutamente negra, pero lo que sí pienso, es que hay que vivirla intensamente cada día, al máximo, pues probablemente es una sola, no es que caiga y decaiga en un existencialismo unamuniano, sin embargo, algo de eso hay, inclusive escribir me ayuda a identificarme, saber qué es lo que realmente me apasiona, he aprendido a veces a lidiar con la soledad y otras a compartir con amigos que espero me acompañen de por vida. Algunos de ellos también escriben y juntos reflexionamos no para cambiar el mundo, sino que nuestras vidas, hacerlas mejor día a día, no en un sentido ético-moral, sino para sentirnos vivos, para sentir cada vez más, hoy y siempre, ése es mi camino.

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