Sé que cada día es único e
irrepetible, que cada experiencia que hemos vivido nunca más se volverá a
repetir, aunque hagamos exactamente lo mismo, aunque empleemos las mismas
palabras y aunemos las mismas circunstancias y nos reunamos con las mismas
personas. Pues el tiempo pasa, nosotros no somos los mismos y los objetos
tampoco, al fin y al cabo somos nosotros quienes les damos vida a las cosas,
ponemos parte de nuestra subjetividad en ellas y por ello las hacemos únicas, así
como el decir “mi casa”, “mi computador”,
“mi libro”, “mi título”, etc., pues por lo demás todo en esta vida
cuesta un sacrificio personal, por ello no creo en el concepto de que existen
personas más importantes que otras, ya que todos somos seres humanos, con
distintas posibilidades a veces, con capacidades diferentes y hasta con
cosmovisiones distintas, moldeadas por nuestra cuna y familia, por la sociedad,
el ambiente y hasta el roce social que me resulta muy clisé a estas alturas. No
podemos soslayar que inclusive en pleno siglo XXI, vivimos en una sociedad de
clases, donde las desigualdades son notorias. Si bien cada persona hace en su
vida lo que su naturaleza le permite, por ejemplo, algunos nacen para labores
de índole más intelectual, donde su naturaleza radica en el pensar. No
obstante, no por ello se puede menospreciar el trabajo físico que realizan
otras personas, que, por ejemplo, al entregarnos un servicio, como es la
alimentación, ellos ponen parte de su energía y vida en ello, para ganar un
sueldo que a veces es ínfimo y que además les produce un desgaste mayor a corto
y largo plazo, digo esto, porque en lo personal soy un asiduo consumidor de
lugares de comida rápida, donde al ver a esas personas, que por un lado, si
bien es su trabajo, me acongoja a ratos verlos trabajar para preparar tantas
comidas casi automáticamente, mientras que los usuarios esperamos simplemente
que nos atiendan y nos sirvan en bandeja, -literalmente.- ¿Por qué? Por el
poder que el capital, el dinero, símbolo y baluarte de nuestra sociedad actual
nos lo permite, de hecho sin dinero, no se es nadie, lo cual es muy triste y
desde niños nos inculcan –en un sistema que por lo demás es conductista- que
debemos esforzarnos para obtener una profesión y generar dinero y así se repite
el mismo círculo vicioso generación tras generación y no hacemos nada para
remediarlo. Simplemente nos llenamos la boca con convencionalismos y patrones
culturales repetitivos que otros han creado para nosotros.
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.
sábado, 4 de mayo de 2013
De clisés sociales, convencionalismos y patrones culturales, reflexiones de un 4 de mayo.
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Mi arte poética
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