Ir al contenido principal

Vidas cruzadas y reemplazadas.




En la vida si hay algo que he aprendido dentro de las vivencias de la cotidianeidad, es que una experiencia puede ser mil y una veces vivida, sin embargo, jamás será la misma. Que de un día para otro, tu propia experiencia vital puede cambiar radicalmente, por ello considero necesario dejar una huella personal tras de ti, es decir, un sello que caracterice tu pasar por la vida, tu propia marca, pues si bien cada vida es única e insustituible, reservando en sí misma experiencias únicas, adquiridas a través de los años en el cuerpo, somos múltiples sujetos en una sociedad donde si no dejas tu marca personal, simplemente cuando se da la vista hacia atrás, no serás nadie. Por otra parte, nuestra vida es guiada por nuestros pensamientos, que al verbalizarlos da cuenta de qué pensamos y sentimos. Por lo demás, en nuestra etapa de infantes, somos guiados por lo que nos dictan nuestros padres, que en la medida que vamos creciendo nos cuestionamos si aquellas decisiones han sido las más acertadas, desde la elección del lugar dónde vivir, con quiénes convivir, dónde estudiar y criarnos. Es así que uno llega a ciertos lugares, porque de uno u otro modo, no las casualidades, si no que las causalidades y no un mero azar, nos han conducido a nuestro estado actual. De esta manera en la vida se nos abren múltiples posibilidades para vivir, un cúmulo amplio de opciones que podemos escoger para vivir, pero depende de nosotros el tomar las decisiones más acertadas, las que sin lugar a dudas, dado nuestras experiencias previas, tienden a ser más o menos acertadas y efectivas. Si bien la sincronicidad y el pensar universal, juegan un rol fundamental en este estado y fluir vital, a veces los influjos y factores externos, terminan derruyendo nuestros pensamientos esgrimidos para construir los pilares y cimientos de nuestro espacio vital, es decir, de aquello que hemos construido con el tiempo, con nuestros esfuerzos personales con la solidez de la voluntad de vivir, de anhelar un lugar mejor para vivir día a día, momento a momento, somos por lo que fuimos y seremos, por lo que hoy somos, amar la vida y atravesar los recovecos insoslayables de un acérrimo continúo de obstáculos para en mayor o menor medida, lograr tener proyectos de éxito, la vida como un proyecto que tiende al éxito o al fracaso personal, sujeto claro está a las circunstancialidades.

Nuestras vidas se cruzan una y otra vez, si es que no a diario y a cada instante con otras vidas, ello da cuenta, ya sea por contraste o determinismo, nuestra propia definición, es decir, quiénes somos o quiénes queremos ser, las más de las veces con seres desconocidos, personas de las que sólo atisbamos su rostro, que, de hecho quizás jamás sabremos su nombre, he ahí nuevamente el dilema ya de una perogrullada existencial, de ser alguien en la vida. Pero me pregunto, ¿ser alguien para quién?, ¿Para qué?, ¿Para la sociedad o para ti mismo como una profecía auto-cumplida? La escritura no en contadas ocasiones nos permite absorber las experiencias vivenciadas por otros y dar cuenta de las propias, a la vez que amplía nuestros horizontes y cosmovisiones, adentrándonos en el mundo interior de otro, pues estamos vivos y las letras en mayor o menor medida se convierten en gran medida en la herramienta más aguzada para vivir, quién se instruye es capaz de dominar los espacios de su alrrededor, es capaz de nombrar los objetos que constituyen su espacio circunstancial y vital, de darle vida a objetos inanimados que al nominarlos, les otorga vida propia, una especificidad en sí mismos, el ser únicos e irrepetibles, el personalizarlos.
Escribir para no olvidar, para dar cuenta de lo vivido, para poner lugar y fecha a los acontecimientos y avatares de la vida, nuestro complejo narcisista nos hace creer que somos únicos en el mundo, pero claro, ésta es la paradoja vital de nuestro tiempo. El tiempo, tanto se ha escrito y hablado sobre él, sin embargo, aún resulta inabarcable, somos incapaces de circunscribirlo y forzarlo, es tan variable y relativo, que nos relativiza a nosotros mismos.

Poner de nuestra cosecha, pese a nuestros irrefrenables errores, mitigar los silencios con sonidos y conversaciones triviales para extender los limites irrenunciables de nuestra propia existencia. Caminante no hay camino, se hace camino al andar –Serrat.- Esta línea me ha embargado profundamente estos días, llenando mis pensamientos más íntimos, cada paso que damos en la vida, ya son pasos dados, que no se volverán a repetir, pero al menos nos podemos quedar con que sí hemos vivido, que en el atrever a vivir radica la plenitud de nuestra propia existencia, en seguir adelante y pensar que el pasado, pasado ha quedado, pero que podemos seguir construyendo un futuro, seguir siempre adelante, no sin mirar atrás, sino que emplear esa mirada y focalizarla en nuestros próximos pasos y hacer lo que nuestro corazón nos dicte, que las más de las veces es lo que estábamos destinados a vivir. Por lo demás, es necesario guardar en lo más recóndito de nuestra memoria lo recuerdos vividos junto a otros, los instantes compartidos, que serán irrenunciables, cada acción ejecutada en vida, es la vida misma, descansar para revitalizarnos y rehacer y reforjar nuestro propio momento como si fuese el último, aunque aún nos queden imperecederas e infinitudes de experiencias por vivir.

José Patricio Chamorro, escrito elaborado entre la tarde del 13 y madrugada del 14  de octubre del 2013, Santiago de Chile.

Comentarios

Entradas populares de este blog

"La Hormiga", Marco Denevi (1969).

A lo largo de la historia nos encontramos con diversas sociedades, cada una de ellas con rasgos distintivos, de este modo distinguimos unas más tolerantes y otras más represivas. No obstante, si realizamos un mayor escrutinio, lograremos atisbar que en su conjunto poseen patrones en común, los cuales se han ido reiterando una y otra vez en una relación de causalidad cíclica, que no es más que los antecedentes y causas que culminan en acontecimientos radicales y revolucionarios para la época, los que innumerables veces marcan un hito indeleble en la historia. Lo anteriormente señalado ha sido un tema recurrente en la Literatura universal, cuyos autores debido al contexto histórico en el cual les ha tocado vivir, se han visto motivados por tales situaciones y han decidido plasmar en la retórica sus ideales liberales y visión en torno a aquella realidad que se les tornaba adversa. Un ejemplo de ello es el microrrelato “La Hormiga”, cuyo autor es Marco Denevi, del cual han surgido

Ensayo, “Los chicos del coro, una película que cambiará nuestra mirada hacia la pedagogía”.

En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos.                 Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a

La taza rota.

Esa noche había llegado tipo diez, hacía un clima enrarecido, hacía frío, pero sentía calor, quizás no era el tiempo, tal vez era yo, no lo sabía, pero algo pasaba y si bien hasta cierto punto todo parecía normal o aparentaba serlo, algo había cambiado. Llámese intuición, dubitación o sospecha, en aquella casa a la que llegaba a dormir sucedía algo que había desestabilizado y quebrantado la rutina, no era sólo que mi mundo cambiase, sino que la realidad hasta cierto punto superaba la ficción, el tiempo ya no parecía correr a pasos agigantados, sino que incluso se detenía en estática parsimonia, para lo que sólo me bastó observar el reloj que se encontraba en la pared, en la esquina opuesta a la puerta de entrada a la casa y, efectivamente, las horas y minutos en aquel reloj no avanzaban, sino que las manecillas se habían paralizado de por vida, lo pensé unos instantes y no había explicación para ello, salvo que se hubiese quebrado, caído o algo por el estilo, en fin, lo consideré só