Ellos perpetraron sus cuerpos,
hicieron una rebelde unión de sus extenuados miembros, se poseyeron mutuamente,
se acariciaron hasta el fragor de sus letanías la tersura de su piel como si se
les fuese la vida en ello, entre sábanas sonrojadas de pudor. Las cadencias
palpitaban como corazón en frenesí, la humedad de los besos recorría
pacientemente los muslos aprisionados entre las piernas. Los pechos jadeaban
como estorninos una lujuria inverosímil. La fluidez de un orgásmico suspiro
dejaba entrever un virginal remanso de pasiones escondidas, de satisfacciones
inconclusas como su propia historia. Ésta no es una convencional historia de
amor, es sólo el comienzo del fin de un orgasmo amatorio. Ellos creían amarse,
claro que el deseo sublimaba sus cuerpos y traspasa las porosidades de la piel,
pero eran sólo compadecimientos infructuosos de despecho, ilusiones marchitas
por el ocaso del tiempo, reverberaciones enigmáticas de un beso perdido en los
labios tiernos de la inocencia.
Las historias de amor, cotidianas
como el caudal de un río, son espurias como una rosa otoñal, efímera como una
gota de rocío y blanquecina como la cal. Se sabían culpables por la negrura de
la noche que acariciaba su humanidad de amantes noctámbulos. Él tomó suavemente
sus manos y las llevó sobre su ardiente, enmarañado y fornido pecho. En la espesura
de sus vellos febriles ella se consumió agónica, frágil y jovial. Cómo no
sentirse así si él podía ser su padre, vigoroso, de abrupto mirar y sus abrazos
atenazadores la hacían estremecer entre silencios y gemidos. Pero no lo era, si
bien era veinte años mayor que ella, él era su amante, el que la acurrucaba y
la volvía a la realidad cuando ella deseaba escapar de su rutinaria vida. Cada
acto amatorio era distinto entre ellos, los hacía desquebrajarse en sonidos
únicos y los hacía dueños de un lenguaje de recursos de amor que sólo ellos
entendían. No hacían falta los nomeolvides, ni los te amo y te deseo, ya que
ambos sabían que lo que ocurría entre sábanas, quedaba secretamente sellado por
la complicidad que tantos encuentros fugaces y placenteros orgasmos les había complacido.
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