Cada atardecer sus
manos doloridas y sus ojos extenuados se detenían en los rayos de sol y las motas de polvo que
atravesaban su ventana. Ese día el sol retrasó 3 minutos su despedida. La hora
había llegado. En su miseria agolpó su
mente un pensamiento y fugaz en el murmullo quebradizo de su voz, se dejó oír como
sentencia epifánica un cordial saludo: Te estaba esperando. La muerte se sacó
el sombrero y sin mayor esfuerzo, como quién entierra a un amigo fraterno, se
lo llevó.
21 septiembre 2017.
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