El escritor yacía
muerto. Su escritorio solo dejaba entrever un bolígrafo y unos folios blancos ausentes
de caligrafía. Eran las 3 menos 5 de la madrugada, la hora en que los muertos
regresan a la vida. Una semana antes Víctor había anotado en su libreta un acontecimiento
importante que ocurriría el 31 de octubre, el día en que los espíritus migraban
a nuestro mundo y en que los piadosos mortales reverenciamos a los santos.
En efecto, solo seis
palabras delineaban su mensaje: “La voluntad del señor sea dicha”.
Cuando
Gregorio abrió la puerta del despacho, a las 6 menos 10 de la madrugada del 1
de noviembre, sentado frente a su tintero y con folios ennegrecidos tenuemente
dejando vislumbrar algunas palabras, el
cadáver de Víctor asemejaba estar más vivo que nunca. Su semblante blanquecino,
nunca había tomado mejor color y con una sonrisa en su rostro el guardián de los
secretos del escritor tomó la mano de su amo y en un abrir y cerrar de ojos,
trazó su firma sobre la esquina inferior de los folios que la noche anterior
estuviesen en blanco. La oscuridad se hizo día y Gregorio gritó a la
servidumbre aún dormida: Vengan pronto, nuestro señor ha muerto.
José Patricio Chamorro, 21
septiembre 2017.
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