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Posibilidades de amor, la historia que escribimos juntos. (Monólogo interior)


Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Tus ojos brillantes me miraban como un relámpago en medio de la oscuridad. ¿Me susurraste al oído un te amo?, ¿un te quiero cosita linda? o tal vez fue la ilusión que sentía en ese momento en que se me revolvía el mundo como mariposas revoloteando, lo que extravía mi memoria cuando te conocí. Hubiese sido lindo. Nuevamente me autoengaño, me niego a pensar que todo acabó tristemente. La verdad de las cosas es que yo te amé, pero aun de eso no puedo estar seguro. Ese día habíamos quedado de ir por un café, servirnos algo en el centro de la ciudad. Una llamada resonó en el fondo de mi habitación, sí, así fue. Cambio de planes. Una emergencia familiar hizo que cancelara contigo. Te quería ver, lo deseaba tanto. Solo te había visto en fotos. Tenías un atractivo inusual. Era blanquecina, pero con un tostado ligero tu piel. No, era más bien pálida, pero tu rostro, sí, tu rostro me cautivó. Eras la persona más bella que había visto, al menos en fotografías. Nunca pudimos ir más allá de nuestras computadoras. Si se pudiese traspasar la pantalla y tocarse más allá de la distancias. ¡Qué locura! Sí, sin duda muy disparatado.

Volví tarde, eran pasado las 2 de la madrugada. Mi apartamento solitario, era atravesado por un silencio sepulcral. Encendí la computadora apenas llegué. Tenía dos mensajes tuyos. El primero decía que esperarías mi llamada a cualquier hora, con tal de escuchar mi voz. El segundo, que me querías ver mañana, que me tenías una sorpresa. Esa noche dormí profundamente. Soñé con tus ojos alumbrando los paisajes, tus manos acariciando mis labios, tu boca inundándome de un éxtasis apasionado. La alarma sonó a las nueve de la mañana, era un nuevo día. El mejor de mi vida, te iba a conocer. Desayuné  tarta de manzanas que había preparado mi madre cuando la fui a ver. Su textura, el sabor de la fruta confitada cómo olvidarlo. Abrí mi computadora. Un nuevo mensaje. Me escribías que estarías esperándome a las 2 en punto de la tarde para almorzar juntos en el restaurant que quedaba a unas calles de mi apartamento.

Esa mañana me vestí lentamente, escogí cada prenda de ropa como para una ocasión especial. Sin duda lo era, al fin nos conoceríamos. Los jeans claros los descarté de plano, quería algo más formal, sin parecer anticuado. Unos pantalones beige me sentarían bien. La camisa fue fácil elegirla. Recordaba que en una de nuestras conversaciones te gustaban los hombres con camisas a cuadros, que se veían más varoniles me decías coquetamente. Ahí estaba, con mi tenida perfecta para conocerte. Me puse unas gafas de sol y pasé primero a una barbería donde sentía al menos que estaba medianamente presentable para la ocasión.

Estaba atrasadísimo, corrí esas cuadras a paso raudo, sin detenerme. Faltaba una cuadra para llegar. Esos ojos eran indiscutiblemente tuyos. Caí rendido. Me arrebataste más de un suspiro en menos de dos segundos. Cruzaste la calle, tu cálido abrazo encendió en mí el más profundo afecto. Me había vuelto a enamorar. Tu voz era una delicia para los oídos. Intercambiamos un par de palabras. Me comentaste lo bien que me veía, que me veía incluso aun mejor de lo que imaginabas. Desde ese momento todo se sucedió rápidamente. Sirenas, bocinazos, aullidos de perros callejeros, se me confundían en el ruido de la ciudad. Me dijiste que guardara la calma, que entrara al restaurant, que irías a ver qué ocurría. Sentí miedo, el pánico me envolvió y como autómata me refugié detrás de un banco. Un disparo al aire. Gritos. Horror. Muerte. Otro disparo al aire. Personas corriendo sin detenerse. Un último disparo. El ruido cesó, mi corazón se detuvo. En menos de un minuto había un tumulto de gente rodeando el restaurant, policías y una ambulancia que venía en camino se dejaba escuchar. Un charco de sangre y tus ojos. Por Dios, tus ojos me buscaban, me querían decir el último adiós.
Me abrí paso en el tumulto y me arrodillé a tu lado. Te amo me susurraste al oído. Te quiero cosita linda, lamento no haberte hecho feliz. Fueron tus últimas palabras. Desde ese día me invento finales cada vez que cruzo esa avenida, aquella en la que hubiese sido posible amarnos y escribir una nueva historia junto a ti.

José Patricio Chamorro, 25 agosto 2017.

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