La memoria, cada día se rehace, es una superposición de recuerdos, de momentos y como todo es un fluir constante y nada es estático, ese ir y venir, se traduce en experiencias recordadas, vividas, escritas, de lo que hacemos y no alcanzamos a hacer, de lo que otros comparten con nosotros, de arrepentimientos, de silencios, de energías, de dar, ceder y quitar, de actos voluntarios e involuntarios, de mentiras y verdades, de sensaciones no resueltas, de lo que creímos haber hecho y de lo que no recordamos con exactitud o aquello que conservamos hasta el más mínimo detalle en nuestra memoria.
Dado que se ha convertido en nuestro mayor tesoro, es lo que decidimos tener como propio, que pese al tiempo y cómo éste altera todo, ahí está, como si lo hubiésemos vivido ayer o hace algunas horas. Entre más tiempo vamos viviendo, los recuerdos, lo visto, lo dicho y lo vivido, se confunden con mayor ahínco, se entremezclan personas, rostros, adioses, palabras y sentimientos, una sinfonía que está en armonía con el ser y el tiempo.
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