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Nostalgia de hogar. (Recuperado: 4 marzo 2014).


La casa suele tener una actividad constante, un ajetreo de ir y venires, de hacer y deshacer. Mi casa es como una batahola itinerante, en la que ningún día es igual a otro; libros por doquier desordenados y desperdigados por las habitaciones, en el comedor y en los escritorios. A ratos se confunden los dormitorios con paisajes de ensueño, donde al ir a dormir te sumerges en un sopor de historias, lo real y lo maravilloso se confuden como dos mundos irreales, donde la felicidad radica en la música del estéreo que resuena atravesando las paredes con melodías de un vals acompasado que reúne a los comensales a la mesa y uno por uno se van sentado en sus puestos.

Los platos a la mesa y la cena ya está servida, las conversaciones palpitantes comienzan y dan inicio a la noche, donde en el ocaso del día se proyecta una luna plena, que forman un círculo de visiones reposando sobre la fría hierba. Los cimientos de la casa se remecen con las pisadas de quiénes las habitan, el eco de las voces se traduce en un ensordecedor murmullo de expectantes cambios de vida, fluir como un sibilante viento de otoño en el patio de los duraznos y manzanos de hogaño y antaño, para entusiasmarse con una nostalgia de tardes llanas.

 La casa de mis padres, 4/3/2014.

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