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Miradas.


La tarde caía en tenues colores azules y rosáceos como el otoño. Las horas y los días se iban sucediendo monótonos como hojas desprendidas de los árboles. La pandemia no hacía más que marcar el ritmo pausado de un tic tac escalofriante, sin embargo, la mirada siempre atenta detrás del visillo en el balcón dejaba entrever un furtivo deseo.

Habían pasado un par de semanas desde la llegada a aquel nuevo departamento, los cambios, el incorregible ajetreo de ires y venires para instalarse definitivamente había hecho que en más de una ocasión me tocara reclinarme en el balcón a descansar u organizar las cajas de la mudanza. Ocurrió en uno de esos días. Me encontraba como de costumbre dándole vida a los espacios para convertirlo en un verdadero hogar, cuando de casualidad me asomé a sentir la brisa fresca que corría aquella mañana. Me encontraba de espaldas a la torre de enfrente, pero sentí un calor intenso que recorría mi espalda y se posaba en mi silueta. En efecto, me volteé y nuestras miradas se cruzaron por primera vez y sin intercambiar un saludo, solo un gesto nos delató.

Han pasado algunos días desde aquel primer atisbo, lo único que sé de aquel hombre es su rutina al despertar, que con calma paciencia cuida sus plantas en el balcón y que de vez en cuando vuelve a mirar hacia mi ventana.


José Chamorro.
Copiapó, 18 junio 2020.

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