Basándome
en la propuesta del texto y discurso de apertura del Congreso Hispanoamericano
“Hacia una educación más humana: En torno al pensamiento de Josemaría Escrivá”,
titulado “Educar, el más humano y humanizador de todos los esfuerzos”, escrito
por el ministro de Educación Pública de Costa Rica, Guillermo Vargas Salazar,
se manifiesta que dentro de la sociedad actual solemos a diario ver más
situaciones de caos, angustia, que aquejan al ser humano que aquellas de
carácter más positivo. En otras palabras, cómo el odio, el terrorismo, las injusticias
parecieran ser pan de cada día; sin embargo, es allí donde resalta con mayor
fuerza la luz de la educación y su trascendental rol social y humanizador.
Pareciera hoy más que nunca, inclusive de manera imperativa, hacer de la
educación una mirada más humana, virtuosa e integradora.
Al
fin y al cabo, el foco no debe estar puesto en lo creado o inventado, sino que
en cómo aquello es utilizado para causar bien o para la destrucción de la
sociedad. Sin duda quién manipule la ciencia, las tecnologías, el arte o
cualquier otro invento humano será más bien, a través de sus acciones que
sentará la pauta de sus consecuencias: “También allí en el desarrollo
científico y tecnológico, que en manos de unos puede ser elemento de
destrucción y muerte, en manos de otros, sin duda, es un instrumento
privilegiado para conservar, preservar y enriquecer la vida” (Vargas, 1980, p.
1).
Como
continúa el autor, la educación como el arte de edificar el desarrollo humano
por excelencia, debe aspirar a potenciar y alcanzar la plenitud misma de cada
persona dentro de su propia individualidad, ya que es lo que nos vuelca a la
naturaleza misma del hombre, puesto que a diferencia de los demás seres de la
creación que nacen siendo, nosotros debemos esforzarnos para llegar a ser conforme
a nuestra propia esencia:
toda tarea, todo esfuerzo, todo sueño, todo trabajo en
busca de la excelencia, en busca de la equidad, debe estar dirigido a lograr el
desarrollo de cada persona humana, para obtener su plenitud como persona, por
encima de cualquier otro valor social. Educar no es sino edificar la humanidad
en cada hombre y en cada mujer; educar es sin duda el más humano y el más
humanizador de todos los esfuerzos, de todos los empeños (Vargas, 1980, p. 1).
Al
respecto es fundamental la integralidad del ser humano, que como se formula
debe abarcar los distintos elementos que constituyen la naturaleza humana, vale
decir, su cuerpo físico, la razón y la moral, relevando así el rol de los
educadores para la guía y armonización del ser humano en formación y proceso de
autodescubrimiento de sí: “no podemos sino partir de una premisa insoslayable y
es la integralidad del ser humano, de la totalidad unitaria que son el hombre y
la mujer en sus tres dimensiones, aquellas que desde muy antiguo ya los griegos
catalogaban como el bios, el logos y el ethos” (Vargas, 1980, p. 2).
Otra
de las premisas cruciales que se aprecian en el texto es aquella donde se
señala que la educación va más allá del aprendizaje en tanto mera transmisión
de conocimientos, sino que lo realmente valioso es la experiencia humana misma
compartida en dicho proceso y ser dueños, responsables y conscientes en tanto
seres pensantes, de nuestra propia razón que conviven con otros seres pensantes
e incluso más allá de lo que precisa el autor, la necesidad de ser también
seres sintientes, a través del amor a nuestra humanidad:
La educación precisamente no puede entenderse como un
mero aprender, sino aprender de otros seres humanos, ser enseñados por ellos y
en consecuencia, la verdadera educación no consiste en enseñar a pensar, con
todo lo importante que esto es, sino en aprender a pensar sobre lo que se
piensa y en ese momento de reflexión es insoslayable, inevitable, que se
verifique como pertenencia una sociedad de otros seres pensantes (Vargas, 1980,
p. 2).
Guillermo
Vargas igualmente pone en la palestra y reivindica una vez más el rol de la
familia dentro del proceso educativo, donde la escuela más bien debe ser un
apoyo, si bien clave, no en el que se desliguen todas las responsabilidades de
los actores educativos: “No se pueden tolerar en el campo educativo –y cuando
hablo de educación no hablo de la escuela, no sólo de la escuela o del aula–,
estoy hablando de la familia, y rescato y reivindico el papel de la familia
como primer responsable en la educación de sus hijos y de la actitud
subsidiaria de la escuela en esta acción” (Vargas, 1980, p. 2).
Finalmente,
se alude a que debemos aceptar las diferencias, aprender a convivir con otros
más allá de ellas mismas, pensando en aquello que nos hace humanos, per se,
dignos del más alto respeto a nuestra condición humana como un derecho y deber
de todos quienes conformamos la sociedad:
La educación ha de saber que las diferencias de los
individuos se difuminan ante la majestad de la naturaleza humana y que esa
dignidad de la persona humana en que hemos de fundar todo nuestro esfuerzo
educativo, no admite distinciones entre hombres y mujeres, entre blancos y
negros, entre cristianos y musulmanes, entre católicos y protestantes, entre
indígenas, pobres y ricos (Vargas, 1980, p. 3).
En
suma, se debe apuntar a una educación integral centrada en la formación y
desarrollo de valores y virtudes, que retorne a la educación su rol humanizador,
más allá de la mera enseñanza y conocimiento técnico-científico, puesto que
aquello no asegurará seres humanos íntegros, cuyos ejemplos a lo largo de la
historia de la humanidad han quedado patentes in extenso, puesto que no
han bastado por sí solos para acometer dicha tarea de humanizar al hombre:
“Tenemos que evitar el riesgo de convertir al hombre y a la mujer en esclavos
de valores puramente económicos, liberándolos de la unilateralidad técnica y
ayudándoles a trascender hacia los ámbitos del conocimiento de la verdad: la
estimación de la belleza, el amor, el bien, la virtud” (Vargas, 1980, p. 4). La
invitación es a amar nuestra humanidad y el camino para llegar a ser cada día
más humanos.
Comentarios
Publicar un comentario