a. ¿Según el texto hay diferencia entre “hombre” y “persona”? b. ¿Qué diferencias hay entre “hombre” y “persona?
Basándome
en la lectura del texto “Id a Tomás”, Principios fundamentales del pensamiento
de Santo Tomás, escrito por el Doctor en Filosofía por la Universidad de
Barcelona, Eudaldo Forment, se puede referir que en el capítulo 23, acerca de
la naturaleza del hombre, se señala que El hombre es imagen espiritual de Dios.
Lo anterior lo explica en sus tesis a partir de la semejanza imperfecta del
hombre con Dios, no obstante, establece una diferencia cuando alude a persona,
puesto que esta sería la única que es imagen de Dios, no así las otras
criaturas o entes que son solo un vestigio de Dios. Al respecto: “En todas las
criaturas hay alguna semejanza de Dios, sólo en la criatura racional se
encuentra la semejanza de Dios como imagen (...) ésta representa en semejanza
específica, mientras que el vestigio representa como efecto, que imita su causa
sin llegar a la semejanza específica” (STh I, 93, 6 in c.). De lo anterior
denota que la presencia del logos, es decir, el pensamiento racional es lo que
constituye una marcada diferencia entre la persona con otros seres de la
creación, a pesar de que todas de alguna forma buscan asemejarse a él.
Lo
anterior se confirma en la siguiente tesis o máxima: “Es evidente que la
semejanza específica se toma de la última diferencia. A Dios se asemejan las
cosas, en primer lugar, en cuanto que son; en segundo lugar, en cuanto que viven;
finalmente en cuanto que saben o entienden». Por ello, puede concluir: “Es
evidente que sólo las criaturas intelectuales son, propiamente hablando imagen
de Dios” (STh I, 93, 2 in c.). En otras palabras, la esencia de las cosas, su
carácter vitalista y en el caso particular del ser humano su logos o
racionalidad lo constituye en último término, imagen plena de Dios. Al mismo
tiempo alude, profiriendo lo estipulado en las sagradas escrituras: “En la
Escritura se dice que Dios hizo al hombre «a su imagen», y no que es imagen
suya, para indicar que Dios sobrepasa infinitamente en perfección la imagen
suya que existe en el hombre” (Forment, 2005, p. 54).
Continuando
con los planteamientos, el autor refiere: “El hombre sería la síntesis de todo
el universo, de todo cuanto se encuentra disgregado en el cosmos. En esta
imagen, que fue asumida por Aristóteles, el hombre aparece no sólo estando en
el mundo, sino formando parte de él, de un modo completo, como su compendio”
(Forment, 2005, p. 55). Es interesante esta perspectiva acerca de la naturaleza
del hombre, pues lo sitúa como el ser más completo de todos que subsume en sí
mismo todo lo creado. En concordancia con lo expuesto, en el pensamiento
tomasino se aprecia: “El hombre es como el mar en el que desembocan los ríos de
las demás criaturas” (Forment, 2005, p. 55).
En
el texto leído se refieren las palabras del Génesis comentadas en el Aquinate
de Santo Tomás, donde se puede desprender que existe una clasificación y
categorización de las criaturas creadas por Dios en una jerarquización donde el
hombre solo ocupa un escalafón menor en relación con los ángeles. Sin embargo,
es la razón la que lo hace dominador de las demás criaturas y seres de
naturaleza sensible, por ejemplo:
Cuatro cosas cabe considerar en el hombre: la razón,
que le es común con los ángeles; las potencias sensitivas, que le son comunes
con los animales; las naturales, que le son comunes con las plantas, y el
cuerpo, que le iguala a los seres inanimados. Pues bien, la razón en el hombre
es lo que contribuye a hacerle dominador y no sujeto a dominio. Por
consiguiente, el hombre en el primer estado –antes de caer en el pecado, tal
como fue creado por Dios–, no dominaba a los ángeles; y lo de “a toda criatura”
ha de entenderse de “la que no es a imagen de Dios” (Forment, 2005, p. 55).
No
olvidar, igualmente, como se mencionó que en el hombre se encuentran todas las
cosas, entendiéndolo como un microcosmos desde el pensamiento griego. No
obstante, otro rasgo diferenciador del hombre con los otros seres sensibles se
apercibe en la consiguiente cita, donde se reafirma una vez más la superioridad
de la naturaleza del hombre en cuanto a sus sentidos de orden más bien
espirituales/intelectuales, pero a la vez en espíritu el hombre es inferior a
otros seres: “En cambio, el cuerpo humano es superior al de los demás animales
por el conocimiento sensible, especialmente por los sentidos internos. Hay una
suprema superioridad del cuerpo humano e inferioridad del espíritu humano, con
respecto a otras substancias inmateriales y subsistentes” (Forment, 2005, p.
55). En lo referente a esta naturaleza humana, el alma o mente asociada al
proceso de intelección, -explica- posee una operación propia, donde no
participa su naturaleza corpórea: “El alma es una substancia inmaterial, un
espíritu, porque realiza operaciones, como el entender y el querer, en que no
interviene intrínsecamente lo corpóreo” (Forment, 2005, p. 55). Es el alma la que está en conexión con las
substancias inmateriales o espirituales, pero aun así necesita de los sentidos
materiales para percibir lo inteligible dentro de su propia imperfección.
En el hombre hay una única substancia, aunque hay
composición substancial de alma y cuerpo, porque la substancia alma, necesita
unirse esencialmente al cuerpo. Debe entenderse por cuerpo a la materia con las
características de la corporeidad, conferidas por la misma alma, pero que,
desde un punto de vista lógico, se le considera como la parte material de las
otras determinaciones superiores otorgadas asimismo por el alma humana
(Forment, 2005, p. 55).
A
este saber hay que añadir la unicidad del hombre, vale decir, la perfecta
sincronía entre alma y cuerpo subsumida en la naturaleza humana, pues el hombre
es ambas sustancias y no por separado, pese a la dignidad mayor que posee el
alma en relación con el cuerpo: “Debe advertirse que, en el hombre, la unión de
lo material y de lo espiritual no es yuxtaposición, ni absorción del uno por el
otro, sino una auténtica unidad de los dos órdenes del ente” (Forment, 2005, p.
56). El alma es el ser del hombre, a
diferencia de otros seres de naturaleza superior -informes- o naturaleza
sensitiva inferior, cuya alma es de carácter diferente: “El alma humana posee
un ser propio, porque es substancia, ya que todo espíritu es una substancial
intelectual e inteligible para sí misma” (Forment, 2005, p. 56). Esto último nos lleva a la muerte corpórea
del hombre, donde el alma trasciende a la sustancia corpórea, siendo este un
proceso natural del hombre dada la corruptibilidad de esta última: “Como al
alma le compete el ser, que comunica al cuerpo, aunque cuando éste ya no sea
apto para recibir el ser humano y termine la unión –la separación del cuerpo y
el alma, la muerte–, el alma continúa existiendo. La muerte es natural al
hombre” (Forment, 2005, p. 56).
Cabe
referir una característica esencial dentro del pensamiento tomasino en lo
respectivo al alma humana, que es sobre todo que cada cuerpo tiene para sí un
alma destinada a él, que forma parte de la especie alma: “Cada alma humana es
un individuo de la especie alma, no, por ser una substancia inmaterial, sino
porque por su misma naturaleza está destinada a informar a un cuerpo,
únicamente a uno y no a otro” (Forment, 2005, p. 57).
En
lo referente al capítulo 24 del texto de Forment que aborda el tema de la
persona, describe: “La persona es lo más individual, lo más propio que es cada
hombre, lo más incomunicable, o lo menos común, lo más singular” (Forment,
2005, p. 58). Del mismo modo, también se
desprende del pensamiento tomasino que la naturaleza del hombre no basta para
configurar personas, puesto que no todo es transmisible genéticamente, por
ejemplo, sino que existen principios, saberes, es decir, ideas personales que
no se transmiten por esa vía: “En cambio, los elementos que pertenecen a la
naturaleza pasan de los padres a los hijos (...) Pero no las cosas puramente
personales” (STh I-II, 81, 2 in c.).
Otra
diferencia sustancial entre la naturaleza del hombre propiamente tal y la
persona, la constituye precisamente el rasgo del ser, que la diferencia de
otros seres, otorgándole un carácter trascendental: “La personalidad, lo que
convierte a la naturaleza en persona y hace que ésta sea distinta de los otros
entes substanciales, es el ser” (Forment, 2005, p. 58). Otra característica que se deduce a partir de
lo apuntado es que el “ser persona” es lo más común a la especie del hombre,
pese a la diferenciación individual en la especie:
Precisamente, por significar directamente el ser
personal, se infiere, por una parte, que la realidad personal se encuentra en
todos los hombres. Ser persona es lo más común. Está en cada hombre, lo que no
ocurre con cualquiera de los atributos humanos, que se explican por la
naturaleza. Todos los hombres y en cualquier situación de su vida,
independientemente de toda cualidad, relación, o determinación accidental y de
toda circunstancia biológica, psicológica, cultural, social, etc., son siempre
personas en acto (Forment, 2005, p. 58)
Es
de suma relevancia y aplicable inclusive como máxima que, por el hecho de que
todos los hombres, aunque en distinta perfección, somos personas, es decir,
tenemos igual dignidad conforme a nuestra naturaleza: “En cuanto personas todos
los hombres son iguales entre sí, aún con las mayores diferencias en su
naturaleza individual, y, por ello, tienen idénticos derechos inviolables.
Nunca son ni pueden convertirse en «cosas». Como hombres somos distintos en
perfecciones, como personas, absolutamente iguales en perfección y dignidad”
(Forment, 2005, p. 58). En ese sentido se infiere que la persona siempre es
“alguien” y como tal es valioso, merece ser escuchado y respetado y no “algo”
que solo sea usado con fines utilitarios. Esto último también nos diferencia de
otros seres de naturaleza sensible, en otras palabras, nuestra individualidad:
“Todos los de una misma especie son, por ello, intercambiables. No ocurre así
con las personas, porque interesa en su misma individualidad, en su
personalidad” (Forment, 2005, p. 59).
Para
concluir, cabe señalar que el mismo concepto de hombre es más bien genérico,
mientras que el de persona otorga un estatuto individualizador dentro de la
universalidad de la especie humana, puesto que nos singulariza dentro de
nuestros pares, es decir, es lo que nos hace únicos e irrepetibles: “La
persona, a diferencia de los demás nombres, tanto comunes como propios, no
significa primeramente la naturaleza humana, el concepto de hombre, predicable
de cada uno de los hombres, porque lo son realmente, ya que realizan esta
naturaleza universal en su individualidad. El término persona nombra
directamente lo individual, lo propio y singular de cada hombre” (Forment,
2005, p. 59).
Para
finalizar, en la incomunicabilidad metafísica radica uno de los principios
diferenciadores entre la noción de hombre y persona, siendo esta última
incomunicable dentro de la naturaleza humana: “La forma significada con el
nombre de persona no es la naturaleza absolutamente, porque así significaría lo
mismo el nombre de hombre y el nombre de persona humana, lo cual es evidente
que es falso. Por el nombre de persona se significa formalmente la
incomunicabilidad, o la individualidad subsistente, en la naturaleza” (De
Potentia, q. 9, a. 6, in c). Pero es precisamente esta incomunicabilidad la que
nos mantiene conectados con los otros hombres y a su vez nos conduce a la
perfección, así como al entendimiento de la verdad, otorgándonos una naturaleza
disímil a la de otros seres o entes de la creación:
La persona es aquel ente capaz de tener la verdad en
el entendimiento, o capaz de manifestar y declarar lo que las cosas son; pero
también es el único ente capaz de ser el fin de esta verdad, en el sentido de
que sólo a la persona es a quien va dirigida esta expresión de la realidad. La
persona puede también definirse como sujeto y término de la verdad en el
entendimiento (Forment, 2005, p. 60).
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