¿Integración o Inclusión? ¿Es posible la atención educativa a la diferencia hoy? Definiciones características y perspectivas.
En educación no se trata de caracterizar
mejor qué es la diversidad y quién la compone, sino en comprender mejor cómo
las diferencias nos constituyen como humanos, cómo estamos hechos de
diferencias. Y no para acabar con ellas, no para domesticarlas, sino para
mantenerlas y sostenerlas en su más inquietante y perturbador misterio (Skliar,
2005, p. 20).
Sin lugar a duda todos quiénes constituimos la sociedad
actual somos diferentes y, en consecuencia, la diferencia es consustancial al
ser humano y debe aceptarse de forma natural. Pese a parecer una verdad de
perogrullo, durante siglos esto no ha sido así e incluso en nuestros días, el
ser diferente, poseer capacidades distintas o algunas “discapacidad”, pareciese
ser mal visto como algo que se debe evitar o inclusive, censurar o, al menos no
mostrar o exhibir públicamente. De este modo las más de las veces desde los
orígenes civilizatorios han existido diversos modelos o enfoques que buscan
explicar la perspectiva que ha tenido la humanidad en determinados períodos
históricos frente a estas realidades, siendo el primero de ellos el modelo de
la prescindencia:
durante la Antigüedad y la Edad Media, la
actitud más común hacia la discapacidad era la prescindencia. Ya sea por haber
recibido un castigo de los dioses o bien por considerarse que las personas con
discapacidad no tenían nada que aportar a la comunidad, se asumía que sus vidas
carecían de sentido y que, por lo tanto, no valía la pena que la vivieran
(Velarde, 2012, p. 117).
Lo anterior nos permite comprender a la luz de estas palabras
que en los primeros estadios civilizatorios de la humanidad donde los fenómenos
sobre todo ininteligibles para la época se explicaban por medio de hechos
sobrenaturales o creencias religiosas, manteniendo una postura dogmática entre
los conceptos de bien y mal, por ejemplo, o inclusive como amoral cuando
escapaban a la norma de lo permitido en el caso de enfermedades o
“anormalidades” físicas o mentales. Tal como se aprecia en la República de
Platón, en la antigüedad se comenzó a sentar un principio donde los mejores
debían engendrar con más frecuencia hijos en comparación a los de castas
inferiores, siendo cuidados por nodrizas en guarderías, salvo que nacieran con
alguna malformidad.
No obstante, conforme avanzan los siglos hacia la
conformación del medioevo y con la propalación del cristianismo, aquellas
visiones del mundo clásico en torno al infanticidio, por ejemplo, serán
severamente criticadas, conduciéndonos a un modelo más de aceptación respecto a
la existencia de espacios para albergar a aquellos infantes, pero que no deja
de marginarlos socialmente, lo que se extenderá hasta entrado el siglo XX: “De
ahí que el medioevo haya sido prolífero en asilos y hospitales donde eran
cuidados los niños con diversidades funcionales que sus padres habían
abandonado. Mucho se ha criticado a los siglos medievales por la marginación de
los niños discapacitados” (Velarde, 2012, p. 121).
Con el transcurrir de las décadas y en el marco del contexto
de las guerras mundiales, donde millares de soldados quedaron mutilados y
heridos tras estas, así como gracias al inminente avance científico y médico de
carácter positivista; las perspectivas anteriores se traslapan hacia un nuevo
modelo o paradigma denominado médico o rehabilitador que pone las ciencias
médicas al servicio de tratamientos que pudieran contribuir a apalear las
secuelas de los conflictos bélicos, para que las personas pudiesen ser
nuevamente funcionales y convertirse en un aporte a la sociedad.
Lo anterior ha conllevado a que los Estados de los diversos
países cada vez más con mayor frecuencia se hagan cargo del bienestar e integración
social de las personas con alguna mal formación o discapacidad, legislando en
pro de ellas; leyes que también atañen al mundo de la educación e inserción
laboral “Surgen así políticas públicas tendientes a poner los tratamientos
médicos y los medios técnicos al servicio de las personas con discapacidad.
Esto deriva en una segunda consecuencia: aunque supeditada a la rehabilitación,
la vida del discapacitado adquiere sentido” (Velarde, 2012, p. 124). Por otra
parte, en la época actual se han logrado significativos avances en dichas
materias, dando paso al modelo social de la diversidad funcional, donde se
reconocen los derechos de todas las personas, aun con discapacidad y el
reconocimiento de su valor en tanto que independiente de sus condiciones
físicas y/o mentales, conservan su dignidad humana:
El día en que Ed Roberts, un alumno con
discapacidad severa, ingresó en la universidad de Berkeley, California, para
estudiar Ciencias Políticas. Derribando barreras arquitectónicas y sociales,
Roberts abrió el camino a otros discapacitados, que fueron organizándose para
ingresar en la universidad y vivir en el campus universitario, plenamente
insertos en el mundo estudiantil (Velarde, 2012, p. 128).
El caso de Ed Roberts resulta paradigmático y significativo,
pues se posibilitó un movimiento emergente de lucha y reivindicación de la
diferencia no solo de los discapacitados, pues él mismo también estudió y abogó
que los derechos de los discapacitados, así como el de las mujeres no radicaba
solo en la autonomía física, sino en el ser capaces de dirigir su propia vida.
Resulta interesante bajo este prisma que el foco está puesto en el cambio
social y, como tal abarca los diversos ámbitos de su alcance, integrando las
diferencias: “esta nueva visión de inclusión desafía la verdadera noción de
normalidad en la educación –y en la sociedad– sosteniendo que la normalidad no
existe, sino que es una construcción impuesta sobre una realidad donde sólo
existe la diferencia” (Velarde, 2012, pp. 128 - 129). Por consiguiente, desde
la educación y específicamente desde nuestro rol de docentes en la educación
superior, debemos ser capaces de proponer metodologías, evaluaciones y modelos
que formen a nuestros estudiantes desde y para la diferencia con el fin de
contribuir a la construcción de una sociedad que viva los valores de estos
nuevos designios.
Prosiguiendo con la línea argumental, a partir de los
postulados del profesor Carlos Skliar de la universidad Federal de Rio Grande
do Sul, Brasil, es que nos invita a pensar y reflexionar una amplia gama de
argumentos y/o fundamentos que hemos dado por sentado en la educación y que al
ponerlos en la mira, nos conduce a replantearnos la forma en que estamos
concibiendo a la educación, por ejemplo, respecto con el argumento de completud.
Es decir, que se educa para completar una carencia, ya sea la infancia, la
juventud y conducirlo a su ser adulto donde debiese alcanzar tal estado; o
desde la alteridad, cualquier otro, sea este mujer, las clases populares,
extranjero o discapacitado. En fin, desde esta perspectiva, la completud se
percibe y existe desde la deficiencia de otro. Sin embargo, el autor señala la
necesidad de un cambio de argumento: “quizá se encuentre en el pensarnos como
incompletud, en percibirnos como humanos en tanto y en cuanto somos
incompletos, en que la incompletud, la finitud, el límite, la frontera, etc.,
son aquello que nos hace humanos. Y no lo contrario” (Skliar, 2005, p. 13). En
otras palabras, al igual como se aludió con anterioridad, respecto a la
importancia de reconocernos en la diferencia, que somos sociedades variadas por
antonomasia; de igual modo debemos reconocernos en la incompletud como un
destino común a la raza humana, a nuestro ser mismo.
Skliar también hace referencia al argumento de futuro en la
educación que nos conlleva a pensar en cuánto postergamos en el tiempo
presente, cuya temporalidad debería ser nuestro eje y centro de atención por un
futuro que se trastoca en promesas por cumplir y no dista de ser mera ilusión:
“¿Y qué decir, entonces, del futuro de la promesa de trabajo, del futuro de la
promesa de la ciudadanía, del futuro de la promesa de la lectura, del futuro de
la promesa profesional, entre otras promesas puestas en el futuro?” (Skliar,
2005, p. 13). Nos permite pensar así en
cuánto estamos trabajando ahora por la construcción de una sociedad donde en
este momento brindamos oportunidades de trabajo, formamos ciudadanos
conscientes y educados, ¿estamos creando en estos momentos una sociedad más
justa, igualitaria e inclusiva?, ¿O solo trabajamos más bien por promesas
intangibles?
Un tercer argumento nos conmina a pensar sobre cuánto estamos
haciendo en la actualidad por co-construir una sociedad más inclusiva que
atienda a la diferencia, que como tal y desde el punto de vista del argumento
de una lógica de explicación y de comprensión, que ha percibido por décadas desde
los maestros y maestras a los alumnos y alumnas como seres que necesitan de
otro para ser instruidos y capacitados, minusvalorándolos per se: “La
invención —y la construcción y la producción— de la incapacidad del otro es
aquello que posibilita el nacimiento de la figura del explica-dor. Y justamente
es el maestro, la maestra, el explicador que ha inventado al incapaz para
justificar su explicación” (Skliar, 2005, p. 14).
Bajo la premisa de esta línea retórica se esboza un
cuestionamiento aun más atingente que guarda relación con el concepto de
inclusión, a la luz del argumento de las diferencias, planteándonos si es que
este realmente apunta a una visión renovada y futura de la educación o solo se
replica bajo la lógica-estática de los paradigmas educativos:
¿constituyen los argumentos de la diferencia,
de la preocupación con el otro, del respeto, la aceptación y la tolerancia
hacia los demás, en verdad un nuevo argumento educativo? ¿Un nuevo argumento
que cambia de raíz los argumentos educativos anteriormente mencionados? ¿O se
trata, una vez más, del viejo y conocido argumento de la oposición binaria
entre exclusión e inclusión? Además: ¿de quién o de quiénes resulta ser el argumento
de la diferencia? ¿Y de quién o quiénes el argumento de la tolerancia, el
respeto, etc., hacia el otro? ¿Es la integración educativa un argumento que
derrumba otros argumentos, o viene simplemente a sostenerlos aún más? (Skliar,
2005, p. 15).
El texto a su vez nos interpela a repensar concepciones
referentes a la educación especial, ya no desde la óptica del paradigma de la
anormalidad, sino que más bien a poner nuestra mirada desde el enjuiciamiento
de la normalidad, puesto que esta nos permitirá múltiples opciones renovadoras
en lo referente a la educación en contraposición con la primera: “la
desmitificación de lo normal, la pérdida de cada uno y de todos los parámetros
instalados en la pedagogía acerca de lo correcto (…) imposición de una supuesta
identidad única, ficticia y sin fisuras de aquello que es pensado como lo
normal" (Skliar, 2005, p. 15). Dado lo anterior resuenan las reflexiones
que hacen hincapié en que la educación debe aspirar ya no a la anormalidad o a
las lógicas binarias de inclusión-exclusión, sino que debe buscar entender la
complejidad de la diversidad, poniendo en encrucijada a todo aquello que busque
restringir a la educación y sus agentes a una sola norma:
acercándose de ese modo a otras líneas de
estudio en educación, como lo son los estudios de género, los estudios
culturales, el postestructuralismo, la filosofía de la diferencia. Si aquello
que llamamos de educación especial no sirve para poner en tela de juicio
"la norma", "lo normal", "la normalidad", pues
entonces no tiene razón de ser ni mayor sentido su sobrevivencia (Skliar, 2005,
p. 16).
Para concluir, ambos textos revisados dejan más preguntas que
respuestas, lo cual da cuenta de que aún hay muchísimo trabajo por realizar en
educación. Sobre todo, si concordamos con la idea de que en la sociedad
contemporánea en pleno siglo XXI, se ha volcado a las reformas y leyes como una
forma de cimentar el camino de los cambios en educación. No obstante, ello no
asegura que esos cambios realmente se produzcan, si es que no a fuerza de ley o
por obligatoriedad, sin más, burocrática. No olvidar que los cambios más
profundos nacen desde el corazón mismo de las personas y la sociedad que
constituyen la base de este sistema, por lo tanto, si añoramos cambios
profundos en educación, ya sea en materia de diversidad, inclusión o algún
otro, será prioridad actuar en consonancia con ello más allá de lo que dictan
los documentos. Considerar, por ejemplo, la voz de quiénes han liderado
procesos de cambios sociales y educacionales, sus ideologías, creencias
respecto al sistema educativo, pero ante todo, que el verdadero cambio
significativo en las escuelas y/o universidades es tarea de todos y todas:
Cuando de lo que se trata es de cambiar
porque el texto, la ley, así lo dicen, estamos partiendo de una perspectiva
equivocada, esto es, estamos entrando en la lógica de la ficción textualista
y/o legalista. Esto, para mí, constituye una metástasis y no una metamorfosis
educativa. Además: ¿son las reformas reflejos de movimientos sociales, culturales,
comunitarios? ¿Son parte de aquello que llamamos políticas del corazón? Por
ello creo que existe, en la idea de integración, un punto de partida por demás
paradojal (Skliar, 2005, p. 17).
Bibliografía.
Skliar, C. 2005. Poner en tela de juicio la normalidad, no la
anormalidad. Políticas y falta de políticas en relación con las diferencias en
educación. Revista Educación y Pedagogía, Medellín, Universidad de
Antioquia, Facultad de Educación, Vol. XVH, N.° 41, (enero-abril),
11-22.
Velarde, V. 2012. Los modelos de la discapacidad: un
recorrido histórico. Revista empresa y humanismo, XV (1), 115 – 136.
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