Desde mi lectura e interpretación del cuento
surgen varios detalles que llamaron mi atención, pero sobre todo aquellos que
tienen que ver con los prejuicios y estereotipos o las tan mentadas “etiquetas
sociales”. Lo anterior se observa, por ejemplo, cuando en el cuento las
personas externas a la casa de los niños los apuntan y encasillan: “La
gente se fijó en nosotros, nos señalaron y dijeron: Los cinco acaban de salir
de esa casa”. Tal como se aprecia, como sociedad continuamente buscamos poner
un orden a las cosas para que cobre sentido y normalizamos todo bajo nuestros
propios parámetros, refiriéndonos las más de las veces a aquello que es
diferente como raro o “anormal”.
Resulta
interesante también analizar cómo la situación se da desde los excluidos (el
grupo de los 5 niños en la casa), frente a un posible nuevo integrante, es
decir, el número 6 y cómo ellos también lo excluyen, puesto que se percibían
ahora a ellos 5 como un grupo unitario, pese a sus diferencias internas: “Si
bien es cierto que nosotros cinco tampoco nos conocíamos con anterioridad y, si
se quiere, tampoco ahora, lo que es posible y tolerado entre cinco, no es
posible ni tolerado en relación con un sexto”.
Lo
anterior no hace, sino revelar de cómo en nuestra sociedad vivimos rodeados de
etiquetas, tanto las que nos imponen otros grupos sociales, como las que
imponemos nosotros mismos y que, consciente o inconscientemente producimos
segregación al no aceptar, incluir nuevas diferencias. Ante todo, parece una
realidad paradojal, dado que todos como condición sine qua non, somos
diferentes por naturaleza humana. Efectivamente, la presencia del negacionismo,
la crítica, los insultos, la invisibilización, así como la minusvaloración del
otro, potenciado por el grupo es una realidad social, pero que también se
refleja a diario en las aulas, a través del bullying, generando aulas donde la
marginación es una constante, donde se marcan las diferencias y no se incluye a
aquel que no encaja dentro del grupo de amigos/as o que no se adapta a las
normas impuestas por el grupo, como se observa en el cuento la comunidad: “¿Cómo
se le podría enseñar todo al sexto? Largas explicaciones significarían ya casi
un a acogida tácita en el grupo. Así, preferimos no aclarar nada y no le
acogemos. Si quiere abrir el pico, lo echarnos a codazos, pero si insistimos en
echarlo, regresa”.
En
la misma línea, lo que plantea Anabel Moriña Díez en el artículo Vulnerables al
silencio. Historias escolares de jóvenes con discapacidad; es sin lugar a duda parte
del mismo engranaje de un sistema educativo perverso, no por las conductas que
intenta imponer o cambiar, sino porque hasta el día de hoy aún continúa
perpetuando la segregación, el bullying o la discriminación con aquellos que son
tachados de diferentes por poseer una condición funcional física o mental
diversa:
Como muestra la narración siguiente, al igual que ha
ocurrido en las historias de otros jóvenes de esta investigación, en los
centros en los que estuvieron escolarizados tuvo lugar un proceso de
etiquetaje, de estigmatización. Estos procesos se hacían transparentes a través
de diversas conductas (ya fuera por dónde estaban sentados en las aulas, por
las salidas al aula de apoyo, porque se les denominaba recurriendo a etiquetas
y clichés, etc.) que hacían que se identificaran las diferencias como un
atributo de unos pocos (Moriña, 2010, p. 677).
Comentarios y respuestas a compañeros en el foro:
1.- Concuerdo con Paz respecto a que el modelo
social que se ha posicionado hasta nuestros días debe continuar, sin embargo,
hay que ir más allá y no caer en lo ideológico del modelo, pues el principal
foco efectivamente son las personas con sus diversas funcionalidades, que deben
ser capaces de vivir con autonomía, si bien no necesariamente física, sí como
sujetos de derechos sociales con ideas propias, autonomía moral, ética o en sus
vidas. Lo central a mi modo de entender este paradigma es cómo no solo
integramos, sino que dejamos de excluir, porque es como sociedad donde aún nos
ponemos vendas ante los ojos. No podemos invisibilizar o hacer que otros se
hagan cargo; nosotros también somos parte constitutiva de la sociedad y, por lo
tanto, lo que hagamos en lo cotidiano o desde la docencia universitaria en este
caso puede sentar precedentes para disminuir esas brechas educativas.
No son pocos los estudiantes que a diario llegan
a nuestras aulas con algún tipo de condición física o mental, no obstante, las
más de las veces son los que más se empeñan en sacar adelante sus estudios y
querer nivelarse, pero más que todo está en cómo entregamos herramientas para
que alcancen un óptimo desarrollo sin poner aún más limitaciones.
2.- Me parece pertinente la reflexión, ya que
lamentablemente en nuestra sociedad a fuerza de ley de uno u otro modo se busca
llevar a la práctica una realidad necesaria como lo es la inclusión. Sin
embargo, como han planteado los textos teóricos esto no implica que como
sociedad realmente realicemos una introspección o análisis que salvaguarde los
valores como el respecto a la
diversidad, sino más bien lo que
hace es que sin concientizar, solamente se transforma en mera imposición. Por
este motivo soy un convencido que desde la vereda de la educación hay mucho que
podemos aportar en crear consciencia, debates, pensamiento crítico llevado a la
acción desde lo cotidiano. Hablar, defender la
diversidad en los más
variados ámbitos y replantearnos el ser y hacer de la universidad en
particular, así como de la educación en general.
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