Las reflexiones que surgen en torno a cómo deben ser las
aulas en el contexto de inclusión en la educación superior, sin duda nos invita
a repensar la estructura de estas. Tradicionalmente y como respuesta a una
metodología de carácter conductista se pensó continuamente en homogeneizar los
procesos de enseñanza, sin embargo, lo anterior no demostraba a ciencia cierta
que se generaran aprendizajes significativos, sino más bien aprendizajes del
tipo memorístico y como si los estudiantes fuesen una tabula rasa que era
preciso llenar. Si bien se procuró durante algunas décadas apelar a una
educación superior de carácter más inclusivo, esta no fue tal, puesto ue si
bien el sistema consideró el ingreso de estudiantes al sistema educativo
escolar y, también universitario, se tendió, por ejemplo, tras habilitar los
PIE (Programas de integración escolar); las más de las veces apartar a los
estudiantes de sus compañeros, dado que el ritmo de avance no era igual y
necesitaban mayor apoyo con otras herramientas y metodologías. Lo anterior
generó sin duda más rechazo y segregación – todo lo contrario, a lo esperado-,
dado que quiénes participaron de dicho programa sentían la mirada de sus compañeros
y el ser juzgados como diferentes o ser estudiantes que tenían mayores
dificultades de aprendizaje. Sí comenzó a existir un mayor cambio cuando
algunos establecimientos educativos comenzaron a implementar la co-docencia,
donde asistentes de aula apoyaban a los estudiantes por igual, sin hacer mayor
distinción, al menos no de forma evidente entre aquellos que poseían
dificultades de aprendizajes y aquellos que no presentaban dicha condición;
claro que las más de las veces presentó mayor reticencia por parte de los
docentes que acostumbraban a su autonomía en aula, viéndolo en principio como
si sus prácticas pedagógicas fuesen deficientes o insuficientes, no obstante,
por el beneficio que sostuvo para la gran mayoría de los estudiantes el hecho
de contar con dos docentes en aula, sin duda alguna que mereció la pena
incorporarlo.
Desde la perspectiva anterior y frente a la complejidad que
trajo aparejada el siglo XXI en el marco de la globalización, las TIC y las
nuevas generaciones de estudiantes que demandaban una educación más
personalizada, activa y participativa es que los docentes se enfrentan a un
contexto diametralmente distinto al de décadas y siglos precedentes con un
currículum en constante dinamismo y evolución, donde perviven aulas cada vez
más heterogéneas con realidades sociales, culturales, económicas y étnicas las
más de las veces que distan entre sí, pero que reflejan la multiculturalidad en
la cual estamos inmersos en la actualidad. Lo precedente se condice con lo que
manifiesta el marco legal vigente en materia educacional en el sistema chileno,
donde la diversidad debe ser la piedra angular de los procesos de enseñanza-
aprendizaje, tal cual queda dispuesto en el decreto n° 83/2015, Avances en diversificación de la
enseñanza del Ministerio de educación, caracterizado por ser un: “Enfoque
que no teme a la heterogeneidad. Modelo centrado en la diversificación de la
enseñanza. Comprensión compleja de la construcción de la diferencia” (Mineduc,
2015).
Como se ha observado, por lo tanto, son los establecimientos educativos
sea cual sea su nivel de enseñanza, los encargados de subsanar y apelar a la
comprensión, implementación y resguardo de acciones que posibiliten la
construcción de aprendizajes en dicha heterogeneidad, donde los docentes, por
ejemplo, en educación superior deben tener en cuenta factores relevantes como
las capacidades de sus estudiantes o sus inteligencias múltiples, tal cual lo
plantea Howard Gardner en su teoría homónima. A su vez considerar los ritmos de
aprendizaje de cada uno ellos, así como facilitar el acceso al conocimiento a
través de estrategias y metodologías que contemplen la graduación del
aprendizaje y las diferencias de los estudiantes, que considerando la carga
exhaustiva del trabajo docente más allá del aula es un trabajo complejo y
arduo, para lo cual se deben generar cada vez más colaboración entre los
equipos y el trabajo interdisciplinario que sin duda implicará reformular las
estructuras de la instituciones educativas: “En cuanto a su organización:
tendencia a conocimientos más integrados, lo que lleva a formas más inter y
transdisciplinarias de concebir las disciplinas” (Tünnermann, 1996, p. 3).
En
síntesis, la inclusión se vuelve la base indispensable para la toma de
decisiones y acciones tanto en el sistema educativo escolar como universitario,
aprovechando cada uno de los talentos de sus docentes y profesionales de la
educación, así como de las familias y, por supuesto, de los estudiantes, a
través de un conocimiento más profundo de ellos que permita considerar sus
fortalezas como herramientas de apoyo para aquellos que presentan más
dificultad, generando grupos de trabajo integrados y construidos desde las
diferencias; solo así se alcanzará el ideal de aulas menos segregadas, más
heterogéneas e inclusivas. La invitación, por tanto es seguir no solo en las
intencionalidad del marco legal vigente, sino que hacerlo una realidad viva que
sea la antesala de los futuros cambios en eduación: “Desarrollo de
relaciones y de comunidades educativas como espacios de encuentro, diálogo y
reconocimiento de la diversidad de quienes las integran, y que construyen y
enriquecen su propuesta educativa a partir de sus diferencias y
particularidades” (Mineduc, 2015).
Referencias
bibliográficas.
MINEDUC. (2015). Decreto n° 83/ 2015. Recuperado el 17
de junio del 2023 de: https://especial.mineduc.cl/implementacion-decreto-83/orientaciones-tecnicas/
Tünnermann,
C Bernheim. (1996). EL ROL DEL DOCENTE
EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR DEL SIGLO XXI. Recuperado el 17 de junio del 2023, de http://uiap.dgenp.unam.mx/apoyo_pedagogico/proforni/antologias/EL%20ROL%20DEL%20DOCENTE%20EN%20LA%20EDUCACION%20SUPERIOR.pdf
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