Nunca
había sufrido un dolor como el de aquel anochecer. Ni aun el batir de alas más
recio podría sobrellevar el dolor que llevaba a cuestas sobre mi espalda,
resquebrajada por el inusual viento de una tormenta de verano.
Nuestras
alas son nuestra mayor muestra de individualidad, son el distintivo absoluto de
que somos seres hechos para el infinito frente a la ansiada libertad humana que
es saberse mortal. Los humanos creen que morir es una condena, sin embargo, no
saben que es el mayor prodigio divino. Nosotros, los ángeles, seres imperfectos
a los ojos de Dios, anhelamos ese fin y estaríamos dispuestos a ceder nuestra
miserable eternidad por un segundo de vacío existencial de ese caos silencioso
que es la última penumbra del misterio humano.
Copiapó,
16 de noviembre del 2023.
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