Sin
duda en la vida, en el meollo de los orígenes de la sociedad misma han existido
distintas formas de amar. Las más de las veces sin ser conscientes de ello
somos conducidos a lo visceral, a esa forma de amar centrada en el egoísmo de
querer a otro solo para nosotros. Esa forma de amor es posesión, encapsular a
otro, atraerlo hacia ti, asirlo en cuerpo y alma como una esencia desposeída de
sus raíces corpóreas para desprenderse etérea en un corpúsculo sin forma.
Amar
es turbulencia, daño colateral de los vaivenes de una vida plena de sentires.
¿Qué somos, sino pasiones arrebatadas al amor? Nuestro mayor prodigio es ser
fatales. Hombres y mujeres hechos a semejanza de una divinidad ignota que
presagia sumisión ante la sed de conocimiento. El amor es la mayor fuente de
descubrimientos, es el último rescoldo que tenemos en medio de la vorágine de
las aguas de una sociedad líquida, camuflada por instituciones que buscan
enraizar lo que realmente somos y privándonos del derecho a amar y ser amados.
¿Quién estipuló que una vida que merece ser vivida solo debe construirse sobre
la base de una relación monogámica?
Copiapó,
16 de diciembre del 2024.
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