Aquella mañana, la aurora, de rosados dedos, resplandecía refulgente ante el comienzo del que sería el más recordado y anhelado de los días que vendrían, para la joven Penélope. Era una mujer, cuya belleza sólo era equiparable a la hermosísima Diana y cuyos encantos, se asemejaban a la seductora y sensual Venus, sin embargo, se encontraba sumida en una tristeza, de la cual por más que luchase incansablemente contra ella, siempre culminaba abatida por la resignación y el desconsuelo. Penélope, llevaba una vida, que no pocos deseaban alcanzar. Su encanto y belleza natural, atraían de sobremanera a todos quienes la vieran por vez primera. Su piel nívea, sutilmente marmórea, sus brillantes ojos, tal cual la diosa Minerva, su cabello uncido en un matiz azabache y sus labios de un rojo carmesí, arrancaban más de un suspiro al contemplar su andar altivo, cuya vitalidad y jovialidad, habían provocado muchos desamores y corazones rotos, que prontamente cupid
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.