Ir al contenido principal

Los poetas muertos del cementerio general.


          

  Estaba atardeciendo, eran las 6:30 en punto según el reloj de pared que estaba frente a la puerta de la casa –se me hacía tarde- tenía que estar en menos de media hora en el cementerio general, era una invitación, un amigo me había dicho que nos encontraríamos allá y que iríamos a ver a nuestros queridos poetas muertos, era un homenaje no de ésos que han quedado en el olvido, donde se depositarían ramos de rosas y se leería poesía a la luz de la luna, sino más bien un tanto distinto, sin embargo, al parecer algo de eso habría, en fin, era hora de irme, los detalles ya no importaban. Tomé un libro del estante de mi dormitorio con vistas a leerlo durante el recorrido, pues en Santiago eran no pocos los tramos que duraban menos de una hora, así que tendría un largo viaje para leer, luego que dejé todo listo, tomé una linterna de mano y la guardé en el bolso, después de ello, rápidamente salí de la casa, tomé la primera micro que pasó y aproveché de leer, sin antes mirar a mi alrededor y ver las caras de cansancio de las personas, que entrechocaban cada vez que la micro se detenía en un paradero, era un día más de trabajo y de rutina para muchos, querían llegar cuanto antes a sus casas –pensé en mis padres- cuántas veces no vivieron y pasaron por la misma fatigante rutina, que hace que la vida se esfume más rápido, al igual que el ritmo de esta ciudad capital –mientras pensaba y observaba había llegado al paradero- en ese instante bajé apenas se detuvo y ya iba unos metros más allá cuando escucho un grito de una mujer –hueón, abre la puerta, mi hijo- todos nos dimos vuelta a ver qué pasaba y era un niño que había quedado con un brazo adentro de la micro, la puerta casi totalmente cerrada y el resto del cuerpo afuera, algunos de quienes estaban abajo de la micro, empezaron a golpear los vidrios, hasta que el chofer abrió, la mujer seguía a voz en grito diciéndole unas cuantas verdades al conductor y después quedó todo como si nada, cada persona siguió su camino y su vida, la mujer quedó de pie, aún hecha una furia, consolando a su hijo.

            Después de unos minutos, ya me encontraba en el metro, sólo eran un par de estaciones, que en pleno horario punta, hasta cierto punto se desvanecían como las palabras, una tras de otra, gente entrando y bajando del metro –comienza el cierre de puertas- cada vez más aquel metro cuadrado se reducía un cuarto de metro más, donde prácticamente si no fuese por ese insignificante momento en que se abrían las puertas, uno terminaría asfixiado. Finalmente llegué a mi destino –estimados pasajeros, estación cementerios- ahí tenía que bajarme, estaba encima de la hora, aunque me mantenía esperanzado que como todo en Chile, empezaría por lo menos un cuarto de hora más tarde.

            Al llegar ante las imponentes puertas del cementerio general, sentí cómo me invadía una extraña sensación, entraba a un terreno desconocido, que ahora estaba prácticamente vacío, ya que la única ocasión donde se ve visitado por multitud de personas es en el día de todos los santos, por lo demás, durante el resto del año, sólo circulan por él almas en pena. Una vez dentro empecé a avanzar por las callejuelas del cementerio, habían mausoleos de todos los tipos, los más antiguos tenían una arquitectura gótica, un tanto penumbrosa, algunos databan por lo que alcancé a ver, de mediados de 1800, era amplio, parecía que no tenía fin, habían árboles y mucha vegetación, familias apodadas y otras que no tanto, así era el cementerio general, desolado. Salvo por los guardias, que ya habían quedado atrás, al parecer era el único ese día, tenía que llegar hasta el final y ya estaba oscureciendo, no obstante, no sentí calosfríos, al contrario, sentía que todo en aquel lugar tenía un interesante halo de misterio, seguí avanzando, debía estar cerca del grupo de poetas.


            Llegué a una plazoleta, había un tipo de unos 20 años con una guitarra en mano y vestido entre un estilo del viejo oeste y, por otro lado, como pirata y a su lado, una joven con poemas en mano, les pregunté dónde se estaban reuniendo y me dijeron que siguiera unos cuantos metros más allá, hasta llegar a una cúpula, así que seguí. Cuando ya estaba cerca, vi a un grupo de personas reunidas, echando la talla y riéndose a carcajadas, con cervezas en mano, pensé –me siento fuera de lugar- sin embargo, me acerqué a ellos y después de conversar unos minutos me di cuenta, que aunque tuviésemos en común el tener cierta sensibilidad hacia la vida, habíamos escogido caminos distintos, yo no era decadentista, era romántico. Los observé otros minutos, leí uno de sus poemas y me reservé la crítica, era un tema común; la crítica contra la iglesia, el estado y el orden social, buscaban una especie de anarquía, nada nuevo.

            Pasaron unos minutos y sigilosamente me fui escabullendo, me acerqué a la cúpula, me adentré en ella y salí por el lado opuesto, caminé cuadras y cuadras en el interior del cementerio, linterna en mano, revisé mi bolso y saqué una vela y un encendedor, quizá no era poeta o tal vez si el de aquel mausoleo que estaba frente a mí, pero sentí cierta nostalgia, estaba muy descuidado, parecía que hace décadas nadie lo visitaba, así que encendí la vela y le dejé un poema, unos simples versos –que ahora se los tuvo que haber llevado el viento- sentí un aire pasar, pero no me inmuté, mi tarea ya estaba hecha, había valido la pena ir al cementerio general.

Comentarios

  1. "yo no era decadentista, era romántico"... interesante reflexión, creo que me pasa algo parecido me gusta la historia que encierran los cementerios, pensar el las personas que están ahí, esa nostalgia que te dan ciertos lugares..

    Saludos primo, Fabiola

    ResponderEliminar
  2. Hola Fabiola!! ^^ gracias por tu comentario, concuerdo contigo, a veces y por lo que he ido viendo, de lo que más se carece actualmente, es de romanticismo. Por lo demás, la "nostalgia" o "añoranza", en sí es uno de los sentimientos que entraña el "ser romántico". :) Saludos.

    ResponderEliminar
  3. bonito texto.....cada persona que pasa por tu vida no es por algo siempre tiene algo que enseñarlos desde el mas drogadicto al suicida ellos son a los que mas debemos amar....se nos pasa la vida criticando mas al otro que amando, y por eso no va a ser una mala persona o un blasfemo!! jajajaj

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

"La Hormiga", Marco Denevi (1969).

A lo largo de la historia nos encontramos con diversas sociedades, cada una de ellas con rasgos distintivos, de este modo distinguimos unas más tolerantes y otras más represivas. No obstante, si realizamos un mayor escrutinio, lograremos atisbar que en su conjunto poseen patrones en común, los cuales se han ido reiterando una y otra vez en una relación de causalidad cíclica, que no es más que los antecedentes y causas que culminan en acontecimientos radicales y revolucionarios para la época, los que innumerables veces marcan un hito indeleble en la historia. Lo anteriormente señalado ha sido un tema recurrente en la Literatura universal, cuyos autores debido al contexto histórico en el cual les ha tocado vivir, se han visto motivados por tales situaciones y han decidido plasmar en la retórica sus ideales liberales y visión en torno a aquella realidad que se les tornaba adversa. Un ejemplo de ello es el microrrelato “La Hormiga”, cuyo autor es Marco Denevi, del cual han surgido

Ensayo, “Los chicos del coro, una película que cambiará nuestra mirada hacia la pedagogía”.

En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos.                 Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a

La taza rota.

Esa noche había llegado tipo diez, hacía un clima enrarecido, hacía frío, pero sentía calor, quizás no era el tiempo, tal vez era yo, no lo sabía, pero algo pasaba y si bien hasta cierto punto todo parecía normal o aparentaba serlo, algo había cambiado. Llámese intuición, dubitación o sospecha, en aquella casa a la que llegaba a dormir sucedía algo que había desestabilizado y quebrantado la rutina, no era sólo que mi mundo cambiase, sino que la realidad hasta cierto punto superaba la ficción, el tiempo ya no parecía correr a pasos agigantados, sino que incluso se detenía en estática parsimonia, para lo que sólo me bastó observar el reloj que se encontraba en la pared, en la esquina opuesta a la puerta de entrada a la casa y, efectivamente, las horas y minutos en aquel reloj no avanzaban, sino que las manecillas se habían paralizado de por vida, lo pensé unos instantes y no había explicación para ello, salvo que se hubiese quebrado, caído o algo por el estilo, en fin, lo consideré só