Esa noche Angélica se arreglaba
para salir, se revisó completamente para ver si todo estaba en su lugar, quiso
ser lo más natural posible, sin embargo, no pudo evitar usar un poco de perfume
para darle mayor frescura a su cuerpo, no obstante a sus veinticinco años no
necesitaba lucir más joven. Una vez lista, quiso salir cuanto antes, tomó un
taxi y apenas estuvo adentro, le indicó al chofer la dirección del apartamento
al cual se dirigía, ella estaba sentada en el asiento posterior, sin embargo,
su mente estaba en otra parte, pensando en el que sería su primer encuentro
sexual, donde entregaría su virginidad y piel inmaculada a un hombre, ella quería
que fuera inolvidable, que no se le notara la inexperiencia, quería disfrutarlo
y que aquél con quien compartiría también lo hiciese, no sabía por dónde
empezar, ella no era una mujer sumisa, pero a su vez era muy tierna, por lo
pronto, tan sólo esperaría el momento y lugar indicado para dar rienda suelta a
sus pasiones tanto tiempo ocultas. Llegado el momento, se encontraba frente a
una plazoleta, sola entre un tumulto de gente, cientos de parejas que iban y
venían, caricias iban y caricias venían. Angélica estaba tranquila y ansiosa,
pues no conocía a aquel hombre, pero estaba segura que sería una de las noches
más inolvidables de su vida si todo iba bien. Pasaron los minutos y sonó su
celular, al contestar resonó al otro lado de la línea, la voz grave de un hombre,
que por el timbre, no debía superar los treinta años, así fue que lo esperó en
la esquina, al lado de un árbol y al llegar éste lo reconoció de inmediato,
era un hombre igual de tierno que ella, no sabía qué hacer, más que entregarse
a lo que sucediera en la noche.
Las
hojas se desprendían de los árboles, caían una a una por doquier, estrellándose
junto al suelo, la noche clareaba, la luna presagiaba suspiros de amor. Caminaron
cruzando calles y calles hasta llegar al apartamento de David, al encontrarse
dentro no resistieron la impaciencia e ímpetu de sus cuerpos y comenzaron a
desnudarse, primero David tomó sus brazos y pechos, los besó y acarició uno por
uno, durante unos segundos que parecían una eternidad, ella entraba en éxtasis cada
vez más, luego ella besó su cuello, sus párpados, devoró sus labios, el roce de
ellos le produjo un placer inigualable. Al estar completamente desnudos el uno
frente al otro se contemplaron, él la asió por las piernas y se abalanzó sobre
ella en la cama, poco a poco la arremetía con estocadas que la hicieron llorar
de placer, luego vinieron los masajes, los besos, el cruce de piernas, las 1001
posturas que intentaron, cuál era más placentera que la anterior, en definitiva
todas la hicieron suspirar. La ducha que se dieron al final, sólo afianzó más
el lazo que los uniría por siempre, la primera vez de Angélica, en manos de un
hombre que le enseñó el arte de amar.
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