Aquí yazgo, como un escriba intelectual de
escritorio postmoderno. A veces me pregunto y cuestiono sobre la naturaleza de
la soledad y de las ideas, escribo para no olvidar, pero ello me hace
mantenerme en un estado de lucidez permanente y anhelante de nuevas
experiencias, me privo del mundo y el mundo se priva de mí. ¿Le temo al caos
mundanal de la sociedad cataclística? Vivo, estoy vivo, por ello escribo. Para
dar cuenta de un sentir social permanente, de cuánto me apasiona la vida misma,
¿Me puedo enamorar? Es un verbo inconjugable para mí, cuando amo me entrego en
absoluto y soy capaz de darlo todo, quizás por ello quiénes se han cruzado en
mi vida, sienten que soy un buen amante. Las ideas fluyen por mi mente y por mi
cuerpo, sufro la agonía de la soledad perpetua, lo que veo y observo me parece
etéreo. A veces siento que ese estado de lucidez es un arma de doble filo, sin
embargo, es mi mayor defensa ante los embates de la vida. Cada instante de mi
vida he procurado estar en aquellos espacios donde pueda adquirir nuevas formas
de entender la vida, ampliar mi propia visión de mundo. Pero cuando se comparte
junto a otro, atraviesan esos momentos instantes irrepetibles, energías que se
superponen y sin pensarlo dos veces, cedes por amor, eres capaz de dejarte a ti
mismo de lado, por el bienestar de quién amas, ¿amor puro? Permítanme ponerlo
en duda, atracciones fatales, de ésas que te hacen caer en tu propio intrincado
juego del amor, experiencias que conservo en mi memoria como refráctiles
caleidoscopías nocturnas evanescentes.
A
veces siento que la soledad será un estado transitorio, pero miro hacia atrás y
si bien, jamás se está totalmente solo en un mundo donde existen billones de
seres humanos, el drama existencial es ineludible, el individualismo que no nos
permite postergarnos por el otro, si no suple nuestros propios intereses
personales. La vil subsistencia se vuelve una canallada olímpica de
desterritorializar la existencia de ese otro, que al igual que uno mismo,
siente, percibe, sufre y se enamora. En el momento que dejemos de lado nuesto
cinismo intelectual y exacerbamiento egotista y narcisista, quizás podamos
mirar a nuestro lado y ver la humanidad del otro ser, cuyo rostro da cuenta de
una historia personal de vivencias, que lo conducen al momento actual y que,
posteriormente lo conllevarán a un futuro que está por escribirse.
Pensar
en otro, es salirse de sí mismo y compenetrarse con las experiencias
particulares de vivir, pensar y soñar con quién convives, ¿Enamorarse? Es responder
al encuentro íntimo de quién vive el momento como un éxtasis sublimante de
placeres corporales, de carnalidades abrasadoras, interrogativas fluctuantes de
miradas vacuas, internalizadas de agonías míseras de un cuerpo viviente,
sensante y experimentante.
José Patricio Chamorro, 05/10/2013, Santiago de Chile, Ñuñoa.
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