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La compulsividad de la escritura.




La compulsividad de la escritura, más que un título a los pensamientos que me han envargado en el último tiempo, es una retahíla y superposición de sentires ante la vida, que me conllevan a la pregunta, no menos existencial de por qué escribo. Quizás escribo porque estoy vivo y siento lo que pienso, me encuentro en la madrugada de un 5 de diciembre, tantos escritos detrás, tantas palabras dichas al viento, experiencias compartidas y, sin embargo, la vida continúa, las experiencias suman y siguen, nuevas expectativas, nuevas experiencias compartidas junto a otros e instantes desvanecidos que conservo en mi retina y en la voracidad de mi memoria. Sin duda alguna he escogido tener mi propio espacio personal para pensar, meditar y cavilar las ideas que entrecruzan los recovecos de mi mente, a ratos las comparto con quiénes he de compartir un momento, un instante fugaz de la vida antes de caer en la inconsciencia de la frágil memoria, escribo para no ser menos, quizás por las inseguridades de un escritor ingenuo, que cree comprender el mundo, pero que su misma vastedad lo hacen perderse en sus panópticas incongruencias, escribo de forma libre, dando rienda suelta a mis pensamientos, escribo con el fluir y confluir de la compulsividad y circularidad vital de las propias palabras, mis palabras, que se crean en la sinapsis de mi mente, transportadas por el pensamiento, para pronunciarse en el ápice de mis labios. Bullendo enérgica desde mi boca, con una voz ronca y propia de un joven que ama la vida, que la concibe como a un amante, donde las caricias y la comprensión se traducen de a poco, en la lentitud y calma de quién se sabe victorioso en la afrenta, en quién siente más de la cuenta y que se ha enamorado perdidamente en sus propias sutilezas, yo no soy el mismo de ayer, no obstante, el pensamiento anterior, derivó en acción y los pasos que he dado a diario, siguen sin detenerse, la vida se arma y desarma a diario, hoy puedo estar en un cierto lugar, con más incertezas que certezas en sí mismas y mañana puedo encontrarme tan lejos que ni aún lo puedo imaginar. Pero sobretodo sé que amo la vida, cada suspiro y hálito que ésta me otorga, cada nuevo desafío que se me cruza por delante, cada nueva experiencia que se convierte en un influjo y que me invita a continuar, sin parar, siempre pensando en un mañana, pero sin dejar de vivir el presente. Puesto que sé que éste jamás se volverá a repetir y que aun los testimonios, las grabaciones, los registros audiovisuales y la propia experiencia de compartir córporeamente en vida junto a otro/s, alcanza una grandeza sin igual.

Cada persona es una esencia en sí misma, un flujo energético, nosotros mismos estamos en constante movimiento, a veces aquella energía es potentísima y latente que nos embriaga, que aniquila los ambientes, que los energiza y revitaliza, que hace suyo los metros cuadrados del que un día nos dispusimos a habitar. El pensamiento y la materialidad de éste, que se extiende en cada acto que realizamos, a veces es intangible e inmaterial, pero está ahí y es el resabio de que hemos vivido o al menos que nuestra propia existencia no ha sido, ni será en vano, constituye nuestro motor de búsqueda vital, el reencuentro con nuestra propia interioridad, al fin y al cabo, con nosotros mismos.

               José Patricio Chamorro, 5/12/2013, Santiago de Chile, Ñuñoa.

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