A veces nos basta un instante,
para que la rutina que hemos llevado por años nos cambie por completo, en una
vuelta de 360 grados, despertar y sentir que ha valido la pena, fugarse en un
viaje sin retorno hasta que la tormenta haya pasado, recorrer lugares
inexplorados, conocer a quién sienta que su destino en ese momento debe estar
junto a nosotros, la vida es breve y hay que vivir la intensidad de las
circunstancias. En toda una vida podemos no ser felices, sin embargo, basta ese
fulgor de amanecer que nos vislumbre una sola vez y aquello que parecía no
cambiar ni tener rumbo alguno, decida
dar ese giro inesperado y mueva el motor, ese engranaje interno que nos motive
al cambio y nos saque de la soledad en la que estamos inmersos, para algunos
aquello es amor, para otros, simplemente locura, pero para los soñadores
empedernidos, es un sueño que se desea vivir, con más intensidad que la vida
misma.
Si fuese posible modificar el
pasado, penetrar en los insondables abismos de la memoria, quizás nuestras
elecciones de vida serían distintas, sin embargo, para un escritor es
irremisiblemente incontrolable contener la memoria, ese pasado a veces remoto,
a veces cercano, del cual no se puede rehuir, pues nos acecha como un viento
huracanado. La vida es como un eterno resplandor, un sueño dirigido, del cual
no sabemos si estamos despiertos o dormidos, si la hemos encauzado para bien o
para mal, si llevamos nuestra vida más allá de nuestros propios límites, hasta
donde deseemos llegar, es locura que linda con la vida, es sueño que circunda
lo desconocido para hacerse uno con el amor propio de aquellas almas que se
ensimisman ocultando sus miedos en el egolatrismo del amor propio.
Una mirada lo dice todo, el
pasado, el presente y el futuro, lo sentido, lo que se siente y lo que se
podría llegar a sentir con la intensidad de las circunstancias, momentos, tan
sólo palabras, tiempo que se desvanece como el ocaso en el atardecer, como el
alba en lontananza. Una mirada refleja amor y odio, sensatez y sentimientos, agonía
en inmensidad de un pensamiento.
En los últimos cinco o seis años
de mi vida, he vivido con mayor intensidad, esos momentos de viajes, de idas y
vueltas, de acostarse en el pasto con amigos, de sentarse en el suelo a
conversar de la vida, de comer y caminar por lugares que no habías visitado,
enamorarte. Desengañarte. Estar en la frontera, iluminarte en el camino,
reencontrarte y re encantarte con cada mirada, con cada lugar en el que estás,
con sus silencios, con lo dicho y hecho, con ese estar y no estar. A veces
siento que no comprendo la vida y en otras circunstancias, que sólo me aproximo
levemente a ese sopor que te embriaga, a esos momentos de estar contigo mismo y
saber que el amor, parte por casa. Que la soledad, el refugio en el que buscas
permanecer, se va junto a todo aquello en lo que creías. A veces pienso en lo
mucho que he escrito para desahogarme, para llenar ese vacío existencial de mis
pensamientos, para dejar la noche fluir y el día escapar, hundirme en mis
propios momentos y comprender cada abismo de mi memoria, recorrer las mismas
calles por las que he transitado cientos de veces, repetir y degustar las palabras
como un plato único y exquisito, ser y no ser, olvidarme del dolor, del daño,
de la envidia de otros y sentir que la escritura es desprendimiento y así como
se crea, se destruye y como se es, se evapora y difumina. A veces cuesta
encontrar esos instantes para detenerse en la vida, parar y reflexionar, sin embargo,
existen y se crean con cada respiro que nuestro organismo ejecuta, con cada
palabra que pronunciamos e incluso con aquello que no decimos y nos guardamos
por la eternidad.
El amor es esa charla imaginaria con uno
mismo, con tu yo interior, que al producirse
nos permite embriagarnos de todo aquello que está en nuestro derredor, para
algunos parte por el amor propio, para otros es el inicio de una relación con
lo natural, con la vida, la ausencia de egos, es el comienzo de una nueva vida
que terminó en el ayer. El espacio personal, nuestros metros cuadrados para
expresarnos, para ser nosotros mismos, para contactarnos con lo más profundo, a
veces es necesario dejar algo atrás, para seguir adelante, la vida es un
continúo avanzar, ya no hay marcha atrás, la felicidad en nuestro propio
espacio es obra y arte de nosotros como artífices de mundos posibles.
Un día en la vida, es un designio
de amor, es un todo irrevocable para entregarse por completo al éxtasis de
vivir, de volver a comenzar, de recrear una realidad, de volver vívido un sueño
dirigido, un pensamiento perdido en la posteridad, una historia de un horizonte
esperado.
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