El
poemario que ha llegado a mis manos, pese a su nombre “Poesía inconclusa”, es
un todo acabado en sí mismo que cobra vida propia a través de las letras y
sentimientos, en palabras del autor: “La poesía nunca concluye, siempre está
expresando una respuesta. El lector construye sus propios significados”. En
efecto, el lector construye sentidos, le da vida a los textos. ¿Acaso podría
existir la literatura sin lectores? En él encontramos poemas tan certeros tales
como “No sé nada”, donde irremediablemente se me vienen a la mente frases
célebres como la de Sócrates en su “sólo sé que nada sé”, con el que daba luces
sobre su sabiduría al reconocer su propia ignorancia o como en el caso de Jorge
Matamala, sobre su lucidez y compromiso con la sociedad en la que le toca vivir.
También destacan poemas como “Caída de la noche I y II”, cuyas
personificaciones y sinestesias nos embargan nuestro sentir en múltiples
emociones.
Entre las temáticas más reveladoras que aborda la poesía
de Jorge Matamala se encuentran el retorno a la infancia, la fugacidad de la
vida “Tempus fuguit”, lo efímero de nuestra existencia, que nos invita a vivir
cada momento como si fuese el último. De igual manera hay poemas que nos
invitan a ser otros, a transformarnos, donde la propia identidad se diluye. El
amor, el erotismo marcan una de las tónicas centrales de su escritura, en
“Anoche como a las doce” y “Poema errante”, surcados por la oscuridad de la
noche y los contrastes con el ajetreo diario de las grandes urbes y ciudades
con un lenguaje sencillo y cotidiano que erotiza los sentidos.
Es en las grandes ciudades donde se siente el
peso de la soledad y el escritor no puede quedar indiferente a ello, la
melancolía, el sopor, el frío del invierno, el silencio son reveladores de este
malestar en una sociedad de la que somos parte, pero que prácticamente no nos
ata ningún sentido de pertenencia. Todo ello con dejes irónicos en su poema
“Digno de honor”. En definitiva, es un libro que se devora, son 20 poemas que
se hacen carne en las palabras, en el paladar, donde la noche nos invita y
envuelve en el vapor etéreo de su oscuridad en “La noche etérea” y la memoria es un viaje del alma, un“Deja vu”.
La vida misma es una condena, es la muerte nuestra mayor sentencia, pues el
existencialismo se apodera del poeta, se vuelve un arma de doble filo.
José
Patricio Chamorro
20
mayo 2017.
Comentarios
Publicar un comentario