El lugar de la inspiración puede ser cualquiera, pero exige como el nombre lo dice, un espacio abierto, donde se pueda respirar libremente, para dar rienda suelta a la imaginación y los pensamientos, para que la escritura se desborde, los matices surjan, la vida fluya y las emociones se encuentren, inspirarse es un proceso de cambios, de ires y venires, de resurgimientos espontáneos, de escrituras permanentes, de vivir en el arte y para el arte, por el arte. Es dar y entregar la vida misma por una pasión, por ver la obra de arte al fin terminada, la que se veía lejana y sólo en el pensamiento, que cuando cobra vida, revitaliza el tiempo, conquista al pensador y exalta los sentidos adormecidos para que se plasme en ellos lo sublime, la obra del arte, el trabajo del artista como el placer del creador.
En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos. Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a
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