¿Qué es el
tiempo y su paso por esta vida sino estelas del errante caminar? La vida no son
los años a cuestas, ni los pasos andados y desandados cronométricamente como
reloj de arena, sino la certeza de haber vivido, de haber elegido caminos,
desviado el rumbo, equívocos prematuros, aciertos a destiempo, imágenes de
experiencias junto a las huellas de otras almas, aquellas que sin duda llamamos
amigos. Para quién hace de la escritura su oficio, escribir unas líneas es un
laberinto de vicisitudes, así como la vida que en sus múltiples encrucijadas
acorta nuestro andar y pronto debemos buscar otras salidas. Vivir es un arte,
una correspondencia de misivas a quiénes una vez estuvieron y ya no están, a
aquellos cuyas distancias físicas nos separan imprevisiblemente, pero que más
temprano que tarde nos volverán a acompañar.
Las experiencias
van y vienen como las estaciones del año que se suceden una tras otra,
dictaminando la sentencia de un nuevo año que llega y otro que se fue. La
espera se vuelve esperanza de hacernos más sabios en el camino, de aprender que
nada es al azar, que somos caminantes con destino y que lo que verdaderamente
vale es cuánto amor y entrega hemos puesto en esas huellas en la arena del
tiempo ido. Amar, el amor, ese espacio que separa la muerte del más puro
sentimiento que es dar sin esperar correspondencia, de desear felicidad a
aquellos que han compartido junto a nosotros. Las más de las veces desacuerdos,
contrariedades nos separarán, pero sabemos que en lo profundo de nuestro
sentir, nuestros amigos, pese a las diferencias de pensar, sentir y actuar
jamás nos abandonaran.
A veces una palabra basta para destruir una
amistad de años construida con tal dedicación, así como se cultiva una flor.
Sin embargo, las palabras, aquello que la lengua madre nos dejó a través de su
belleza de sonidos y significados también
son capaces de construir y cimentar auténticos lazos de amor, que perduran en
la fragilidad de este peregrinaje que llamamos existencia y son ellas las que
protagonizan los actos más puros del corazón, de ese músculo que no pocas veces
nos traiciona, nos acobarda, pero que también nos enamora.
Ad portas de
mis 26 años creo más que todo que como lo he escrito antes que cada nuevo año
que llega, es una invitación a enamorarse de la vida, a reencantarse de los
detalles, de sus colores, aromas, sonidos, experiencias, paisajes y personas.
Tal vez es el único viaje del que tenemos certeza que una vez iniciado tiene un
final, pero por ello hagamos que cada minuto, cada respiro y sobretodo cada
palabra dicha y pronunciada sea el mayor regalo que podamos dar y darnos cada
día.
José Patricio Chamorro, 23 de julio 2017.
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