Aquella tarde, Patricio miró de reojo por la ventana de su asiento del microbús en el cual viajaba por la zona sur de Santiago. Observó en silencio sus calles de infancia y recordó. Recordó como no lo hacía hace años. Caía el anochecer de un día de enero del año 2004; aquella última semana del mes, entre los ires y venires de sus padres acomodando cajas embaladas en el camión de la mudanza, se detuvo en los objetos que aún se encontraban sin guardar sobre la estantería que permanecía incólume en su habitación de aquel entonces y que sus mejores amigos, uno a uno le habían obsequiado para que no los olvidara. Con el tiempo, comprendería que los grandes amores son trágicos y que estaban irremediablemente condenados a subsistir en la memoria. Sin embargo, por aquel tiempo en que conservaba sus pensamientos en el diario de vida regalado por su padre para su séptimo cumpleaños, aún quedaba mucho por develar y descubrir. Aquel cuadernillo de tapa roja comprado en la feria de los domingos,
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.