En el quehacer docente diario coexisten una multiplicidad de
saberes y requerimientos que precisan una formación y preparación continúa, por
lo que es perentorio que un académico analice sus prácticas de enseñanza de
forma permanente, contemplando metodologías, procesos evaluativos, líneas
teóricas, bibliografía, estrategias didácticas, desarrollo de habilidades
blandas (escucha activa, comunicación asertiva, trabajo colaborativo),
actualización en el uso de herramientas pertenecientes a las TIC y el
perfeccionamiento en áreas específicas que le permitan subsanar las
dificultades que observe a través de la valoración de su formación. En ese
sentido, desde el rol docente es fundamental que todo lo señalado vaya en favor
de alcanzar logros significativos en los aprendizajes de los estudiantes y, si
ello no se está logrando, se debe revisar en qué aspecto se debe trabajar y
propiciar espacios de desarrollo personal y profesional en dicha área: “Razón
por la cual, es necesario que el docente tenga una continua práctica reflexiva
sobre su propio discurso y sus acciones, siendo ejemplo, con su propia vida de
que es posible siempre mejorar en credibilidad y así, convertirse en una
persona en la cual, los estudiantes pueden confiar” (Ortiz, 2015, p. 99).
Respecto a los desafíos que los aspectos anteriormente
mencionados pueden suscitar para llevar a cabo satisfactoriamente el rol
docente de educación superior del siglo XXI, sin duda surgirá a partir de un
análisis crítico de las propias prácticas de enseñanza. No obstante, es tónica
común que el aprendizaje y actualización continúa en las TIC, diversificación
de instrumentos y procesos evaluativos, así como estrategias didácticas que
permitan ampliar el repertorio tradicional, que a su vez sean más llamativas,
así como pertinentes a los nuevos contextos de las generaciones del presente
milenio, suelen ser las que en la actualidad generan mayor demanda. Por esta
misma razón es que cada vez más surgen nuevos programas, diplomados, postítulos
y/o posgrados que buscan potenciar estas áreas o suplir vacíos de formación,
sobre todo para aquellos profesionales que ejercen en la academia, pero que no
poseen una base formativa de carácter pedagógico.
Comprendiendo desde un punto de vista constructivista, el rol
del docente como facilitador del conocimiento y el aprendizaje, implica buscar
las estrategias metodológicas, didácticas y evaluativas que se ajusten a las
necesidades de los estudiantes y que propicien que desarrollen un óptimo
rendimiento, generando un aprendizaje activo, participativo y significativo:
Es así como, desde el punto de vista
constructivista, se puede pensar que el aprendizaje se trata de un proceso de
desarrollo de habilidades cognitivas y afectivas, alcanzadas en ciertos niveles
de maduración. Este proceso implica la asimilación y acomodación lograda por el
sujeto, con respecto a la información que percibe. Se espera que esta
información sea lo más significativa posible, para que pueda ser aprendida.
Este proceso se realiza en interacción con los demás sujetos participantes, ya
sean compañeros y docentes, para alcanzar un cambio que conduzca a una mejor
adaptación al medio (Ortiz, 2015, p. 99).
No cabe duda de que se vuelve imprescindible desarrollar una
serie de competencias por parte de los docentes de educación superior a fin de
lograr una cultura universitaria que satisfaga las crecientes demandas del
sistema, por ejemplo, a través del diseño de mallas curriculares enfocadas en el
desarrollo de competencias para la empleabilidad en los estudiantes e impartir
una enseñanza contextualizada en concordancia con los requerimientos laborales
del mercado: “las instituciones de educación superior tienen que tener muy en
cuenta la naturaleza cambiante del mundo del trabajo, pero en vez de preparar
para determinados empleos, deben preparar para la empleabilidad y analizar las
grandes direcciones del mundo del trabajo” (Tünnermann, 1996, p. 7).
En
la misma línea, otros de los principales ejes que deberán desarrollar los
académicos es trabajar de manera colaborativa e interdisciplinaria, puesto que
cada vez más los campos de estudios se vuelven más especializados y con mayor
profusión de conocimientos que van aumentando exponencialmente, por lo que las
problemáticas se vuelven aún más complejas de resolver, más aún si se hace
desde un solo enfoque o perspectiva; a su vez los docentes deberán mantenerse
actualizados para generar cursos, postítulos o posgrados que respondan a la
noción de educación continua, dado que las demandas sociales y laborales,
implicarán una actualización permanente también de los profesionales, ya que el
conocimiento será obsolescente con mayor facilidad y en menor tiempo. Por lo
anterior es que es crucial el desarrollo de habilidades como el aprender a
aprender:
la gran transformación profesional que nos
viene exigirá un mayor nivel interdisciplinario, una revitalización del grupo
de disciplinas relacionadas con las esferas éticas, estéticas y de
comunicación, y un cambio total de actividad en profesores y estudiantes, al
tener que pasar de la idea de una educación terminal a una educación permanente
(Tünnermann,
1996, p. 8).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Ortiz Granja, Dorys (2015). El constructivismo como teoría y
método de enseñanza. Sophia: colección de Filosofía de la Educación, 19 (2),
93-110.
Tünnermann,
C Bernheim. (1996). EL ROL DEL DOCENTE
EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR DEL SIGLO XXI. Recuperado el 09 de junio del 2023, de http://uiap.dgenp.unam.mx/apoyo_pedagogico/proforni/antologias/EL%20ROL%20DEL%20DOCENTE%20EN%20LA%20EDUCACION%20SUPERIOR.pdf
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