Primero que todo cabe referir que la Estética de la recepción es una teoría literaria surgida a fines de los años sesenta, basada fundamentalmente en un estudio sistemático del proceso de recepción de una obra literaria por parte de los lectores, donde se proponía un rol más activo de éstos, reivindicando así los estudios existentes sobre el fenómeno literario que se venían generando hasta aquel entonces, donde el receptor o lector, había sido relegado a un segundo plano. En un mismo sentido, sus exponentes más representativos fueron Hans Robert Jauss, Harald Weinrich y Wolfgang Iser, centrándose estos autores primordialmente en dos enfoques de análisis: Fenomenología y Hermenéutica, nociones y temáticas que pretendo desarrollar a lo largo del presente trabajo.
Respecto a la primera de estas corrientes de análisis literario, es decir, la fenomenología, la estudiaré en base a los planteamientos de Iser, quien señala: “La teoría fenomenológica del arte hace particular hincapié en la idea de que, a la hora de considerar una obra literaria, ha de tenerse en cuenta no sólo el texto en sí sino también, y en igual medida, los actos que lleva consigo el enfrentarse a dicho texto.”[1] La cita precedente se contrapone a lo formulado por los formalistas rusos, quienes se habían abocado al carácter inmanente del texto, desligándose de elementos esenciales del proceso de construcción y recepción de la obra literaria. Por el contrario Iser plantea siguiendo la línea de Ingarden, que lo significativo de la participación del lector es el acto de concretización, lo cual tiene múltiples implicancias, determinando entonces la existencia de la obra literaria en dos polos:
Polo artístico: Se refiere al texto creado por el autor en términos de una tradición estética.
Polo estético: Concretización o transposición de los signos gráficos del texto a imágenes, lo cual es llevado a cabo por el lector. Desde este punto de vista, la obra literaria se actualiza, es decir, adquiere una nueva significación según las características del receptor, ya sea debido a su enciclopedia lectora, contexto cultural e histórico, motivación, entre otros.
Al comprender la obra literaria como un proceso constructivo basado en dos polos, Iser concluía: “La convergencia de texto y lector dota a la obra literaria de existencia, y esta convergencia nunca puede ser localizada con precisión, sino que debe permanecer virtual, ya que no ha de identificarse ni con la realidad del texto ni con la disposición individual del lector.”[2] Aquí nos encontramos frente a la virtualidad de la obra, que como veremos más adelante, se constituye por medio de indeterminaciones, anticipaciones y retrospecciones. Lo referido con antelación explica las múltiples interpretaciones que como lectores podemos hacer de un texto, ya que si bien perviven marcas textuales, que pueden guiar nuestra interpretación de un modo coherente y a su vez limitar el campo de las significaciones que nos genera, finalmente son los sujetos quienes escogerán de cuáles elementos se apropiarán. Desde esta perspectiva la lectura se torna un proceso creativo, que va más allá de la mera percepción de los signos gráficos, puesto que implica una participación activa que pone en juego nuestra capacidad imaginativa y coherencia. De esta forma virtualidad se entendería como la confluencia entre el texto y la imaginación del lector.
Por otro lado, Ingarden para explicar la amplia gama de interpretaciones que evoca un texto, incorporó el concepto de indeterminaciones: “En efecto, sólo mediante omisiones inevitables es como un relato alcanza su dinamismo. Así, siempre que el curso se ve interrumpido y a nosotros se nos abren caminos en direcciones inesperadas, se nos presenta la ocasión de poner en juego nuestra propia facultad para establecer conexiones: para llenar los huecos dejados por el propio texto.”[3]Por ello estas indeterminaciones generarían una lectura ya no como un mero proceso lineal, sino que adquiere variados matices, puesto que existen diversas opciones que podemos escoger producto de aquellos vacíos del texto, lo que nos permite crear un significado virtual e ilusorio, que sólo perdura en el instante en que concretizamos aquel acto de lectura, realizándonos como lectores.
Al mismo tiempo estas indeterminaciones provocan un efecto de anticipación y retrospección, que nos permiten ir vinculando los enunciados del texto para producir nuevos significados, cuyas preconcepciones se manifiestan en el cúmulo de realizaciones o concretizaciones distintas de cada nuevo acto de lectura, debido al carácter inagotable que adquieren los textos. Así recaemos en el proceso circular de la lectura que Iser sintetiza de la siguiente forma: “Independientemente de las circunstancias personales del lector y del modo concreto en que éste encadene las diferentes fases del texto, siempre se tratará del proceso de anticipación y retrospección que lleva a la formación de la dimensión virtual, la cual a su vez transforma el texto en una experiencia para el lector”.[4]
En suma, al producirse el fenómeno de concretización de la lectura o decodificación de los signos lingüísticos llevados a imágenes, se converge en el denominado polo estético, lo que a través de indeterminaciones, anticipaciones y retrospecciones provocan una obra virtual en cada lector y en cada nuevo proceso de lectura. Sin embargo, este proceso no culmina aquí, sino que todos los pasos anteriores contribuyen a generar representaciones que nos permitirán conformar la gestalt del texto literario: “Proceso de agrupamiento de todos los diferentes aspectos de un texto para formar la coherencia que el lector siempre andará buscando.”[5] Así el lector constituye su gestalt, mediante la selección de elementos del texto, que combinado con sus propias experiencias le permiten desembocar en interpretaciones significativas.
A continuación mencionaré los aportes más trascendentales que presenta la segunda corriente que abarca la Estética de la recepción, denominada Hermenéutica, cuyo máximo representante es Hans Robert Jauss, quien en 1967 realiza una revisión actual de los estudios literarios, planteando que éstos debían hacerse desde una perspectiva histórica y sociológica de la lectura, ámbito que había sido soslayado por los fenomenólogos y que tendrá como correlato la instalación del lector como un sujeto inserto en un contexto histórico. En una misma línea Jauss se apropiará del término horizonte de expectativas, que Iser esbozaba a grandes rasgos: “El texto provoca ciertas expectativas que a su vez nosotros proyectamos sobre el texto de tal modo que reducimos las posibilidades polisemánticas a un única interpretación que convenga a las expectativas creadas, extrayendo así un significado individual y configurativo.” [6]
No obstante, Jauss entendía horizontes de expectativas como los conocimientos, ideas preconcebidas, en las cuales se instala una obra literaria en un contexto determinado, distinguiendo de esta manera dos tipos de horizontes:
Horizonte intraliterario: Proceso de concretización, que tal como se ha visto hasta el momento está en estrecha relación con las particularidades del lector, quien se forjará un sentido de la obra a través de la actualización de ésta, en base a relaciones intertextuales y en la medida que también posea cierto bagaje cultural.
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