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Poesía mística y experiencia extática en Santa Teresa.


En primer lugar, cabe referir que toda obra literaria o que se designa como tal, se corresponde con un contexto y estética determinada, por ello al hablar de poesía mística, ya se ha limitado el espacio genérico, pues apunta claramente a una exaltación individual del sentir, donde la subjetividad primará por sobre todo, pero en el caso particular de un subgénero como lo es la mística, ésta buscará un ideal filosófico y estilo de vida, que va más allá de los límites de la condición humana, queriendo alcanzar una unión con lo excelso y sublime, un lazo nupcial con la divinidad; todos fundamentos que se especificarán para poder aproximarnos y adentrarnos en el fascinante mundo de una experiencia sobrenatural.

            Continuando con lo anterior, antes que todo es menester distinguir entre los varios conceptos con los que la expresión “mística” se confunde: “Poesía mística he dicho, para distinguirla de los varios géneros de poesía sagrada, devota, ascética y moral con que en el uso vulgar se la confunde […] Porque para llegar a la inspiración mística no basta ser cristiano ni devoto, ni gran teólogo ni santo, sino que se requiere un estado psicológico especial, una efervescencia de la voluntad y del pensamiento, una contemplación ahincada y honda de las cosas divinas, y una metafísica o filosofía primera, que va por camino diverso, aunque no contrario, al de la teología dogmática […] Es un estado del alma, y su virtud es tan poderosa y fecunda, que de él nacen una teología mística y una ontología mística, en que el espíritu, iluminado por la llama del amor, columbra perfecciones y atributos del Ser, a que el seco razonamiento no llega.”[1]

            Sin embargo, más comúnmente las dos disciplinas que suelen estar emparentadas, pero que no poseen una misma significación, son la ascética y la mística, cuya definición y diferencia radica en: “La primera busca el dominio de sí mismo y la purificación moral a través de la ejercitación del espíritu, pudiendo ser positiva –práctica de virtudes- y negativa –ruptura con todo lo que implica un desorden ético.- La segunda, de acuerdo con los estudios modernos de O. Schneider (1965), podría definirse como la experiencia directa de la esencia divina por parte del hombre, que la recibe pasivamente, con el acompañamiento eventual de los carismas (visiones, éxtasis o revelaciones). Ascética y mística no son, pues, en su conjunto otra cosa que un itinerarium mentis ad Deum, estructurado tradicionalmente en tres etapas o vías –purgativa, iluminativa y unitiva-, correspondientes a otros tantos estados de oración –recogimiento, quietud y unión-.”[2]

            Siguiendo la línea precedente, sólo en esporádicos casos ésta adquiere un valor concreto, pues si se establece una analogía, nos podremos percatar que el número de iniciados místicos, si se quiere, generalmente tiende a la minoría, se podría mentar que no es algo que esté a la usanza, aunque sí hay factores que la propician. Piénsese, por ejemplo, en los influjos del cristianismo como fuente de inspiración para el surgimiento de este tipo de poesía: “Sólo en el Cristianismo vive perfecta y pura esta poesía; pero cabe más o menos enturbiada, en toda creencia que afirme y reconozca la personalidad humana y la personalidad divina, y aun en aquellas religiones donde lo divino ahoga y absorbe a lo humano, pero no en silenciosa unidad, sino a modo de evolución y desarrollo de la infinita esencia en fecunda e inagotable realidad.”[3]

            Por otro lado, es necesario que se vayan gestando ciertas condiciones en aquellos que serán exponentes activos de este tipo de poesía, pues no basta sólo la inspiración divina, sino que a la par viene conjugada con las dotes personales y, sobre todo, de índole intelectual, pues el acercamiento a Dios, se produce a través de la razón y el corazón: “Por eso no dudo en afirmar que, además de ser rarísima flor la de tal poesía, no brota en ninguna literatura por su propia y espontánea virtud, sino después de larga elaboración intelectual, y de muchas teorías y sistemas, y de mucha ciencia y libros en prosa, como se verá claro por el contexto de este discurso.”[4]

            Pues todo lo mencionado con antelación sentará las bases para el surgimiento de una escuela mística en la España de los siglos de oro, cuyos basamentos incluso nos permiten remontarnos al período medieval. Recuérdese para ello la trascendencia que cobró la iglesia católica en la conformación de ideologías y manifestaciones culturales de la época. Y bien, entre las características que el misticismo alcanzará en España, se aúnan: “Sincretismo ideológico –con fuerte predominio del neoplatonismo agustiniano-, madurez doctrinal, propósito vulgarizador, riqueza y sugestividad de imágenes, capacidad de introspección, valoración del ascetismo, raíces en lo medieval europeo, realismo y alto valor literario.”[5] Características como las citadas, que edificantemente constituirán una amplia visión de mundo, vienen a distinguir ciertas cualidades que sobre todo en este período, como a la vez en la transversalidad del género religioso, con matices místicos, poseerá España en confrontación con otras culturas y pueblos: “Es la escuela carmelita la que, por el genio literario de sus principales representantes, su misticismo esencial, psicologismo, eclecticismo, fidelidad a la tradición y originalidad alcanza en nuestro Siglo de Oro los mayores logros estéticos y el más alto nivel representativo. Por lo demás, su ideario se ajustaba mejor que ningún otro al espíritu de los tiempos: armonismo, activismo y sobriedad sentimental, desnudez espiritual, neoescolasticismo entre agustiniano y tomista [...] Por eso, no es de extrañar que la crítica vea en Santa Teresa y en San Juan de la Cruz los exponentes máximos del misticismo hispano.”[6]

            Se han perfilado grosso modo los principales representantes de este tipo de literatura, sin embargo, hemos sólo aludido a características abstractas, por ende, basta añadir cuáles fueron sus personalidades a manera de semblanza, ante lo que una primera aproximación estaría dada ejemplificadamente por las obras que éstos nos legaron: “San Juan de la Cruz crea un verdadero sistema místico original, estimado por competentes como el más perfecto de la historia en la materia. Santa Teresa da expresión como nadie nunca a las experiencias místicas. Los ejercicios de San Ignacio, raíz, base doctrinal de su obra toda, así como ésta, como la Compañía entera, representan innovaciones esenciales con la tradición del ascetismo católico, de la Iglesia Católica en general.”[7]

            A manera sintética y enlazado con lo antes dicho, este tipo de poesía se corresponde con un cúmulo de antecedentes, que la fueron posibilitando con el transcurrir del tiempo, aunque cabe destacar que sólo la unificación de ellos, puede desembocar en un estilo tan magníficamente puro, como los que cultivaron los místicos áureos: “El hontanar de la corriente está en la Biblia, que debe considerarse también como la parte alta de su curso; a ella afluye el misticismo griego; y la confluencia con ambas corrientes de otras va formándose la cuenca espiritual con que se distinguen, no obstante sus complicadas relaciones, la obra de los Santos Padres de la Iglesia Cristiana, la escolástica y la mística judaica, musulmana y cristiana medieval… Y no se trata simplemente de antecedentes, sino también de influencias precisas, como la de la mística musulmana o la mística germánica de la última Edad Media en la española del siglo de Oro.”[8]

 Si bien los místicos de este período, escribirán eminentemente en lenguas romances, también en casos particulares lo harán en latín, cuya oposición álgida mantendrán en la disquisición sobre el carácter vulgar de éstas, ya que no porque hayan surgido de acuerdo a la deformación lingüística, en ellas no pueden versar temáticas más abstractas y de complejo carácter intelectual; situación que en los tratados de los teólogos y místicos eruditos, se denota patentemente. Contrapuestamente, ambos tipos de escritura, serán destinadas para disímiles fines, baste para explicar aquello, la siguiente cita: “Ambas literaturas religiosas, latina y castellana, no coinciden en todo, aparte la lengua; divergen, por ejemplo, en los géneros que cultivan: así, la teología se escribe en latín, sin más excepciones que lo que de teología hay en obras como De los nombres de Cristo o la Introducción del símbolo de la fe; la mística prefiere el castellano.”[9]

Para finalizar con la contextualización que nos permitirá comprender de mejor guisa la obra poética de Santa Teresa, es pertinente consignar rasgos de su vida, pues se entiende que toda manifestación literaria, no surge ex nihilo, sino que es un proceso inseparable de la vida real, cotidiana o terrena, cuyo último término es atribuidamente más preciso en lo concerniente a la mística: “Hija de un segundo matrimonio, con Doña Beatriz Dávila y Ahumada, de Don Alonso Sánchez de Cepeda, nació en 1515 en Ávila, Teresa de Ahumada, según se afirmó hasta que pasó a hacerlo como Teresa de Jesús. Don Alonso y Doña Beatriz eran hidalgos de posición ajustada a su condición.”[10] La posición económica y social de sus padres cobra especial relevancia, ya que será enviada a estudiar a los mejores establecimientos educacionales de la época, poseyendo así una educación esmerada. Sin embargo, desconocerá el latín, lo que la hará afirmar en continuas situaciones que es indigna de virtud y conocimiento.

Otro hito fundamental en su vida es la ardua enfermedad que padecerá, la que comenzó siendo sólo indicio de un cuadro aun más grave, que la mantendrá durante tres años postrada. No obstante, al contrario de lo que cabría pensar, esto no le abatió, sino que obtuvo fuerzas desde sus entrañas y oraciones divinas para aliviar y así, al cabo del angustioso padecimiento, resurgió como el fénix de las cenizas, revitalizándose hasta tal punto, que su obra proliferaría en demasía: “En su ulterior vida de monja siguen las graves enfermedades, pero no para poner obstáculo invencible, sino dar motivo de superarse a la creciente perfección y de originarse al proyecto de reforma del Carmelo.”[11]

Culminantemente referiré el corpus de obras y escritos por Santa Teresa, donde sólo bastan los títulos para percatarnos del carácter místico-espiritual de éstos, que progresivamente en el sentido literal del vocablo “asceta”, fueron ascendiendo: “Su producción, aparte algunos escritos menores, entre los cuales cabe incluir las poesías, pasa de su Vida, redactada de 1562 a 1565, por el Camino de perfección, escrito por primera vez en 1565 y rehecho en 1570, a las Moradas, redactadas en 1577. La redacción del Libro de las relaciones, en que las hace de favores espirituales recibidos de Dios, se extiende, con intervalos, de 1560 a 1579; parecidamente la del Libro de las fundaciones, que relata hechos habidos de 1567 al año de la muerte; y la del epistolario, de más de cuatrocientas cartas, la más antigua de 1561.”[12]

                                    Análisis de la poesía mística de Santa Teresa.

         A continuación, se realizará un esbozo de interpretación en base a dos poemas de la santa y doctora de la Iglesia Católica, los que llevan por título: Mi amado para mí y Hermosura de Dios. Pero antes que todo, se precisarán rasgos comunes en su lírica, tales como su feminidad, la que queda manifiesta en ellos: “La abundosa literatura acumulada en torno a la Santa tal vez no pensó en multiplicar por su feminidad el sentido religioso de su vida y de su obra. Y, sin embargo, es necesario tomar esa feminidad como supuesto para la obra, ya que sin ninguna duda encontramos en ella la forma más compleja y más grácil que la palabra de mujer presentó jamás en España.”[13] Por otra parte, la forma en la que se presentan determinadas temáticas, aparentemente serán variadas en disyuntiva con maneras de antaño, sin embargo, lo que parece nuevo bajo su pluma, es de larga data, pero su talento innato hace que éstos se manifiesten renovados y con transformados sentidos: “De ahí la seducción de su arte, de temas que dan la impresión de ser nuevos, virginales y sin análogo en la milenaria vastedad del ensueño místico.”[14]

            Una faceta propia de su escritura, aunque más bien dada a la prosa que el verso, pero que de igual modo deja vestigios en este último, se corresponde con el ideal renacentista del “escribo como hablo”, cuyo carácter nos revela una vez más que la Santa, fue una mujer del renacimiento de tomo y lomo, pues su perfeccionamiento continuo y su ser íntegro en sí mismo, capaz de ser y proceder de tantas formas a la vez, lo atestiguan: “Menéndez Pidal completa: El principio renacentista, escribo como hablo, sigue imperando en Santa Teresa, pero hondamente modificado, ya que en ella el sentimiento religioso la lleva a descartar toda selección de primor para sustituirla por un atento escuchar las internas inspiraciones de Dios… La curiosidad, primor o esmero no es deseable en general…es un peligro de vanidad… Santa Teresa, obligada, por obediencia, a escribir, adopta, como garantía de humildad, el estilo descuidado… Así, en Santa Teresa, el escribir como se habla llega a la más completa realización.”[15]

            Pero lo que más interesa de su estilo de escritura, es explicarse el por qué del uso de éste, cuáles son sus fines y, por consiguiente, qué pretende lograr con ellos o quizás si encauzamos mejor el planteamiento, a quién quiere llegar y, por qué escogió ese estilo y no otro, más elevado y docto, si se desea: “Escribirá, por tanto, apoyada en los recuerdos. Pero sus desviaciones terminológicas, en relación con la norma léxica doctrinal, no constituyen sólo imprecisión disculpable, sino también una liberación que el espíritu de la santa buscaba respecto del vocablo tópico de las escuelas, dentro del cual no cabría su experiencia íntima.”[16] Esta ejemplar mujer, no sólo se autoexige rigurosamente a ella misma, sino que también a sus coterráneas y hermanas, lo que queda explicitado en las siguientes sentencias que ella escribiera: “También mirar en la manera del hablar, que vaya con simplicidad y llaneza y relisión, que lleve más estilo de ermitaños y gente retirada que no ir tomando vocablos de novedades y melindres –creo los llaman- que se usan en el mundo, que siempre hay novedades. Préciense más de groseras que de curiosas en estas cosas.”[17]

            A su vez, los temples o estados anímicos que la Santa nos da a conocer a través de su escritura abarcan una gama de sentimientos y emociones, que convergen siempre en el amor a Dios: “La sensibilidad de la Santa fue agudizándose mediante continuos y adecuados ejercicios, y se nos revela con los más varios temples: ingenua o con enérgica iniciativa; en el callado estremecimiento de la cortejada, o con el frenético desatino del amor disparado. Y todas esas formas que van presentando surgen impregnadas de la divinidad a cuya luz se nos descubren.”[18]

            En lo correspondiente al análisis de sus poemas, propiamente tal, el primero en el orden que se ha estipulado, es el que lleva por nombre: “Mi amado para mí”, respecto a éste en primera instancia es una clara alusión al amor divino, es decir, un amor que trasciende lo mundano y cobra una significación espiritual, la cual tiene antecedentes diversos antecedentes y se apoyará en tópicos certeramente conocidos; los primeros dos versos del poema nos hablan sobre lo que se conoce metafóricamente según la tradición, como el giro de molino o el trocar de las sortes, que se remonta a los griegos: Ya toda me entregué y di y de tal surte he trocado. En similar sentido e interrelacionado, se encuentra una estructura reiterativa, que viene a otorgarle mayor intensidad al poema y que le otorga el título a éste: Que mi amado es para mí y yo soy para mi amado. El extracto anterior se corresponde con el tópico del amor cortés, que posee reminiscencias medievales, que si recordamos las lecturas empedernidas que hacía la santa en su infancia que no fluctuaban demasiado -pues esencialmente eran novelas de caballería-, nítidamente influyeron en su obra.

            Otro tópico recurrente en el poema precedente, es el del siervo herido, nótese en él la presencia del cazador en tanto simboliza a Dios y ella, figurada por el siervo: Cuando el dulce cazador/ me tiró y dejó herida/ Hirióme con una flecha/ enherbolada de amor. Para culminar con el análisis del primer poema, piénsese también en los influjos de los textos bíblicos y, sobre todo, del pasaje del texto “el cantar de los cantares”: Ya toda me entregué y di/ Y mi alma quedó hecha/ una con su Criador/ pues a mi Dios me he entregado.

            El segundo poema a analizar, lleva por nombre: “Hermosura de Dios”, del cual se pueden rescatar elementos como los siguientes, que desde el primer verso se denotan, tales como: ¡Oh, Hermosura que excedéis a todas las hermosuras!, cuya invocación nos lleva a pensar en antiquísimos textos como los referidos en la tradición grecolatina, respecto a la inspiración de las musas, la que si bien es una similitud patente, lo más probable es que Santa Teresa, haya desconocido aquellos referentes, sin embargo, ello no quita la analogía. Desde otra perspectiva, en oposición al tópico del siervo herido, aquí Dios no es un cazador, sino una entidad que es amor prístino e invaluable: Sin herir dolor hacéis/ Y sin dolor deshacéis el dolor de las criaturas/ Sin tener que amar amáis/ Engrandecéis nuestra nada. El último verso es significativo, pues ella se reduce a la nada, desvirtuándose y desvalorándose, pues a través de la humildad y el reconocimiento de Dios como un todo superior, logrará la conexión con él. Destáquese la antítesis todo/nada en tanto la Teresa, será la receptora del todo que es Dios, que será repletada por él a raíz de su vaciedad: “En Teresa, la unión mística se produce, necesariamente, en un previo estado de ausencia de sí misma, en un total vacío de la mente, pero en un vació cegador por su luz, no por su tiniebla; y rara vez sin el concurso de sus sentidos.”[19]

            Finalmente, recurriré al empleo de las figuras retóricas que utiliza, donde ante todo primarán las metáforas, que marcarán profusamente su estilo poético: “¡Oh ñudo que así juntáis/ dos cosas tan desiguales!”. Aquella metáfora alude al rasgo unitivo de Dios, en tanto entidad unificadora que establece aquel orden en todos los sentidos. Respecto a las metáforas de las que la santa se vale, los estudiosos han señalado: “Santa Teresa rechaza la abstracción, prefiere el amor divino inspirado en la humanidad de Cristo, fundado en elementos sensibles y expresados en símbolos y metáforas que alimenten la fantasía.”[20]”En realidad, todo ese mundo exterior que como tal no es sino basura, no queda aniquilado, puesto que se resuelve en reminiscencia, en imagen, en imagen, en metáfora sublimada dentro de la experiencia interna.”[21]


[1] Marcelino Menéndez y Pelayo., De la poesía mística. pp. 2.
[2] Cristóbal Cuevas., Santa Teresa, San Juan de la Cruz y la literatura espiritual. Pp. 490.
[3] Marcelino Menéndez y Pelayo., De la poesía mística. Pp. 3.
[4] Íbidem.
[5] Cristóbal Cuevas., Santa Teresa, San Juan de la Cruz y la literatura espiritual. Pp. 490.
[6] Íbidem. Pp. 492.
[7] José Gaos: “Escritores místicos españoles”. Editorial Océano, México, 1999. Pp. XVII. (Estudio preliminar).
[8] Íbidem. Pp. XI-XII.
[9] Íbidem. Pp. XII.
[10] Íbidem. Pp. XXIX.
[11] Íbidem.
[12] Íbidem.
[13] Américo Castro., Teresa la santa. Pp. 509.
[14] Íbidem. Pp. 510.
[15] José Gaos: “Escritores místicos españoles”. Editorial Océano, México, 1999. Pp. XXXI. (Estudio preliminar).
[16] Víctor García de la Concha., Los estilos de Santa Teresa. Pp. 513.
[17] Íbidem. Pp. 514.
[18] Américo Castro., Teresa la santa. Pp. 512.
[19] Íbidem. Pp. 509.
[20] Íbidem.
[21] Íbidem. Pp. 510.

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