En primer lugar, previo a adentrarnos en un análisis exhaustivo del que ha sido denominado por la tradición filológica, específicamente por el maestro Menéndez Pidal como Libro de buen amor, no se puede soslayar su título y la estructuración que le fue superpuesta, funcionando ambos a modo de rosa náutica como guía del texto: “El orden que reina en ese conjunto, que establece la sucesión de los diferentes fragmentos, es un orden impuesto desde fuera. […]”[1]. Cabe mencionar además determinados rasgos que lo constituyen, en cuyo sentido versa la heterogeneidad que lo caracteriza, ya que presenta diversas temáticas y visiones de mundo que analizaré a posteriori, incorpora múltiples tonos, que van desde el habla coloquial popular: “En las páginas del libro aparece por primera vez en la literatura española la imagen artística del habla viva, interesada en actuar sobre el oyente para conciliarse su voluntad, no en instruir su entendimiento ni en deleitar su sensibilidad”[2]; hasta el tono serio y elevado de los clérigos, con claras luces de una prolija retórica: “La obediencia a las normas de la retórica, elemento común de la enseñanza medieval, estrecha la vinculación de Juan Ruiz con toda la clerecía europea y explica la presencia de unas mismas características en toda la literatura de la época.”[3] Por otra parte manifiesta vestigios de géneros literarios y no literarios, los que abarcan los siguientes referentes: sermón popular o divisio extra, literatura goliarda, noción del amor cortés, representativo del siglo XII y de la poesía provenzal trovadoresca, pero sin lugar a dudas el texto que influye de modo directo es el ars amandi de Ovidio.
No obstante, también manifiesta cierta homogeneidad que está dada por su estructura, la que posee una continuidad temática: “Así, pues, esta primera parte nos ofrece, a la manera de una especie de tríptico, un primer grupo de aventuras en las que el héroe sólo conoce fracasos; un núcleo central donde, en el curso de una dura controversia, el enamorado que hasta entonces no ha tenido ningún éxito, abandona sus prevenciones contra el Amor y se convierte en su discípulo obediente; y una última parte en la que se ponen en práctica los consejos del dios y vemos los frutos que de este modo se consiguen. […] Por lo tanto, es posible seguir, desde las primeras coplas del Libro de buen amor hasta el final, una especie de hilo conductor que anuda entre sí los diferentes episodios, como una fabulación que sirvió de falsilla al autor.”[4]
Sin embargo, no son los únicos elementos que le otorgan un carácter cohesivo, puesto que a guisa de inclusión aparecen empleadas como métrica la cuaderna vía y utiliza a su vez estrofas de dieciséis versos, designadas como zejelescas, además posee un estilo particular, perteneciente a la tradición del Mester de clerecía del siglo XIV, poseyendo un amplio y riquísimo bagaje cultural, el cual se comprueba a través del léxico empleado y por el grado al cual pertenecía dentro de las órdenes eclesiásticas “Arcipreste”. Pero por sobre todo, el amor será una temática troncal que le dará forma al texto, la que indistintamente irá variando y adquiriendo nuevos matices: “De estos episodios, unos son relatos de experiencias amorosas, otros disertaciones morales […] Valga la expresión, estamos ante una especie de ciclo litúrgico del amor, que se adapta fielmente al ritmo de las estaciones y del tiempo.”[5]
Otro punto a tratar es la visión de mundo que circunda al relato, la que como se ha planteado, es preciso consignar desde disímiles puntos de vista, ya que es un tema edificado por un entramado de subtemas que procederé a señalar: 1.- Visión concreta: “Dentro de la uniformidad de inspiración y estilo que imprime a la clerecía medieval su cultura intereuropea, el Buen amor se muestra españolísimo, pues su esencial virtud poética coincide con el tributo primero de la literatura española, o sea, la visión concreta de la realidad […] Juan Ruiz actualiza un género que por esencia no cuida sino de la lección moral aplicable en todo lugar y momento.”[6] Aunque este tipo de manifestación de cierto modo naturalista, se ve reflejada aparejadamente en otro sentido, específicamente en el episodio donde se enfrascan en una pugna gestual un distinguido sabio griego contra un iletrado hombre romano, que anexaré a continuación: “El que el Arcipreste haya descrito ambos personajes con tan clara visión de la realidad humana, más aún, con realismo tan fiel y sorprendente, hay que ponérselo a cuenta de su capacidad de representación concreta.”[7]
2.- Comedia humana: “Por sus coplas desfilan retratados con concisión nada medieval todos los estados, todos los oficios, todas las condiciones.”[8]
3.- Fabulación moralizante: Se perfila nuevamente dentro del contexto medieval el carácter eminentemente didáctico de la obra, que se vale del procedimiento autobiográfico idealista, que como se comprobará distaba mucho de las verídicas experiencias del autor: “Esta fabulación es completamente ideal, ideal en la medida en que se combinó sin la menor preocupación por la verosimilitud en el encadenamiento, aunque tampoco sin desdeñarla, con el único propósito de hacer sensible una idea y una enseñanza.”[9]
4.- Individuo como representante de una colectividad: “El yo de un poeta medieval, que se presenta a sí mismo como representante de todos los seres humanos.”[10]
5.- Castigo/Retribución: Lo catalogo así, puesto que es palpable dentro de la lógica medieval esta concepción dual o dicotómica, donde la realidad se divide en dos posiciones antitéticas: bien/mal, correcto/incorrecto, pecaminoso/virtuoso, todos fieles a la tradición cristiano católica. Lo precedente queda expuesto al comienzo del relato de la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma: “Al acercarse el tiempo dedicado a Dios santo, me fui para mi tierra, por descansar un tanto, pues era la cuaresma período de llanto que en todo el mundo pone inquietudes y espanto”.[11] Justamente este período es crucial para comprender la rigurosidad con la que actuaba la iglesia contra aquellos que no acataban los mandatos divinos, los que sino se ceñían a ellos y rompían, por ejemplo, las reglas de ayuno y abstención cuaresmal, eran tachados de impuros y que en caso de no purgar sus pecados no conocerían el reino de Dios.
6.- Visión épica, correspondiente a los cantares de gesta: La tradición épica, pese a que no coincide estrictamente con el período de composición del presente texto, aparece de manifiesto en la afrenta que propulsa Doña Cuaresma contraponiéndose a Don Carnal, en primer término por la misiva enviada a semejanza de modelos de antaño, por las armas y ornamentos de los guerreros por otro y en sí por la imagen que podemos aprehender del relato, que se denota explícitamente en la siguiente cita: “De mí, doña Cuaresma, la Justicia del mar, y alguacil de las almas que se habrán de salvar, a ti Carnal goloso, incansable de hartar, te envío a Don Ayuno que te va a desafiar. Desde hoy en siete días, tú mismo y tu morralla debéis salir conmigo al campo de batalla. Hasta el sábado santo os lidiaré sin falla. De este combate a muerte no habrá quién se me vaya”[12]. Se percibe a su vez que el léxico es a usanza del siglo XI, acorde a la manifestación y campo semántico bélico.
Finalmente, abordaré sistemáticamente y desde una óptica ampliada en relación a lo ya esbozado sobre el amor, una concepción específica de éste, aludiendo a su complejidad y cúmulo de ámbitos que lo componen, basándome en marcas textuales y reflexiones personales. Subsiguientemente a la línea referida, el amor es englobado desde las siguientes perspectivas:
1.- Buen amor: El título que se le ha impuesto al texto conlleva a pensar en la cualidad semántica de esta expresión, respecto a la cual los críticos literarios han discrepado considerablemente, sin establecer conclusiones unívocas, por consiguiente, es preciso destacarlas: “Desde muy temprano fue usada en la lírica provenzal como sinónimo del fin amor de los trovadores y, a la zaga de ellos, así la usaron también poetas franceses e italianos. […] Cuando, hacia la segunda mitad del siglo XIII, entra en crisis el sistema de valores del fin amor, buen amor pierde esta claridad semántica. Al romperse la ecuación fin amor = buen amor, los límites del significado de este último se hacen cada vez más difíciles de deslindar.”[13]No obstante, ésta es sólo una postura, ya que la contraparte no concuerda del todo con el enunciado precedente, ante lo que propugna las siguientes críticas: “Es indudable que toca aquí el poeta muchos de los lugares comunes de la loa típica al fin amor, tal la mención a la eterna juventud del enamorado. Pero la sutileza y el hablar hermoso son alabanzas muy ambiguas y que bien pueden apuntar al engaño propio del quehacer amatorio, ya que engañar y enamorar están indisolublemente unidos en la obra de Juan Ruiz”.[14]
2.- Ennoblecimiento: Si se apoya la postura que avala los influjos del amor cortés, este tópico estaría en directa relación con aquella tradición: “Muchas noblezas ha en el que a dueñas sirve/ lozano, hablador, en ser franco se avive (155)”.[15]
3.- Engañador: En contrapartida al planteamiento anterior, el amor a veces más que ennoblecer es un vil mentiroso, lo que queda patente en la crítica, pero a su vez en el texto mismo: “No es éste amor que ennoblece, haciendo bueno y virtuoso al que antes no lo había sido; es el suyo poder engañador: hacer parecer lo que no es.”[16]Lo cual lo encontramos textualmente: “Tú eres igual que el lobo: lo que condenas, haces. Te extraña el lodo en otros y es el lodo en que yaces. Encubierto enemigo; a todos cuantos places engañas fácilmente con palabras falaces.”[17]
4.- Causante de estragos: Ocasiona pesares en aquellos que habita, genera sentimientos negativos y tristes: “Con la molicie traes estos males y tantos otros tales pecados, tentaciones y espantos, sin importarte ni esos que son dignos y santos para volverlos víctimas de penas y quebrantos. […] Destruyes las personas, las riquezas estragas; almas, cuerpos y bienes como la muerte tragas. Son desdichados, necios, aquellos que tú halagas. Grandes cosas prometes, y tarde o nada pagas.”[18]
5.- Orgulloso y caprichoso: “Yo no te quiero, Amor, ni en tu ansia me cobijo. Me haces peregrinar, errar sin rumbo fijo, y tanto más me aquejas cuanto mejor aguijo, que no vale tu orgullo un vil grano de mijo”.[19]
6.- Tornadizo: “Ni miedo ni vergüenza tienes de quien domina. Dejas a quien te halaga y tu gusto adivina; no duras como huésped detrás de su cortina y pasas como el fuego de vecina en vecina”.[20]
7.- Demonización del amor: Consecuente con la tradición medieval y la dicotomía que ya he mencionado, el amor incluso se podía concebir como el peor de los males, que simbólicamente era representado en la figura del demonio: “Eres un Satanás. Dondequiera que mores haces temblar al hombre, demudar los colores, perder palabra y seso, acumular dolores y enceguecer a aquellos que escuchan tus loores.”[21]
8.- Cazador: También se forja la imagen del amor como un cazador, lo cual se manifiesta a través de un símil: “Al cazador semejas cuando prepara el brete. Canta con dulce engaño que al pájaro somete hasta que le echa el lazo cuando dentro se mete. Y ya cautivo, matas. De mí, ¡quítate, vete!”.[22]
9.- Aprendizaje: Esta visión es sustancial, debido a que el libro sigue la cosmovisión ovidiana, por lo tanto, el amor se concibe como un arte que es necesario aprender: “Aquí a nuestro juicio hay que ver la historia estilizada de un aprendizaje amoroso, con sus fracasos iniciales, la adquisición progresiva de una sólida experiencia y la aventura iniciadora, primer éxito del héroe que le convierte en maestro consumado en el arte de amar”.[23]
10.- Alegría y goce: Dependiendo de las circunstancias, el amor no es sólo penurias, también puede ser un momento de recogimiento, postremero a la Cuaresma, por ejemplo: “Baste recordar que su propósito es cantar el retorno de la alegría después del período de tristeza y de mortificación de la Cuaresma y que se eleva hasta la entusiástica glorificación de la primavera, del amor y de la vida. […] Pero pronto el retorno de los dos grandes emperadores del mundo, el Amor y Don Carnal, vuelve a iniciar la era de los goces y del placer.”[24]
[1] Lecoy, Félix: Recherches sur le Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, 2ª ed. con supl. de A. D. Deyermond, Gregg International, 1974; ver también en F. Rico, op. cit. p. 231.
[2] Lida de Malkiel, María Rosa: Libro del Buen Amor, selección Losada, Buenos Aires, 1941, reimpreso Eudeba, Buenos Aires, 1973; ver también F. Rico, op. cit., p. 240-241.
[3] Ídem. Pp.240.
[4] Lecoy, Félix: Recherches sur le Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, 2ª ed. con supl. de A. D. Deyermond, Gregg International, 1974; ver también en F. Rico, op. cit. p. 230.
[5] Ídem. Pp. 229.
[6] Lida de Malkiel, María Rosa: Libro del Buen Amor, selección Losada, Buenos Aires, 1941, reimpreso Eudeba, Buenos Aires, 1973; ver también F. Rico, op. cit., p. 242.
[7] Spitzer, Leo: En torno al arte del Arcipreste de Hita, Lingüística e Historia Literaria, Gredos, Madrid, 1955.
[8] Ídem. Pp. 242.
[9] Lecoy, Félix: Recherches sur le Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, 2ª ed. con supl. de A. D. Deyermond, Gregg International, 1974; ver también en F. Rico, op. cit. p. 231.
[10] Spitzer, Leo: En torno al arte del Arcipreste de Hita, Lingüística e Historia Literaria, Gredos, Madrid, 1955. Pp. 232.
[11] Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: El libro de Buen Amor, pp. 193. “La batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma”.
[12] Ídem. Pp. 195.
[13] De Ferraresi, Alicia C.: De amor y poesía en la España medieval: prólogo de Juan Ruiz, El colegio de México (estudios de Lingüística y Literatura IV), México, 1976; ver también en F. Rico, op. cit., p. 235.
[14] Íbidem. Pp. 236.
[15] Íbidem.
[16] Íbidem. Pp. 237.
[17] Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: El libro de Buen Amor, pp. 88.
[18] Íbidem. Pp. 90/92.
[19] Íbidem. Pp. 91.
[20] Íbidem. Pp. 91.
[21] Íbidem. Pp. 93.
[22] Íbidem. Pp. 93.
[23] Lecoy, Félix: Recherches sur le Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, 2ª ed. con supl. de A. D. Deyermond, Gregg International, 1974; ver también en F. Rico, op. cit. p. 229-230.
[24] Íbidem. Pp. 228-229.
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